Entre Paréntesis / Ya no en llamas

AutorDavid Martín del Campo

¿De dónde nos viene la seducción por el fuego? Que sepamos, el hombre es el único animal que disfruta la consumación de una hoguera. Y no hablo de los locos piromaniacos ni de los Nerones contemplando el incendio de Roma, según cuentan, mientras tocaban su lira.

El embrujo que nos contagia el fuego se fundamenta en su doble poder, de transformación y destrozo, y en la dependencia que la civilización ha entablado con él. La biblioteca de Alejandría fue arrasada por el fuego, y sin él no prosperaría el arte del churrasco en los restaurantes argentinos.

Estas reflexiones nos vienen de la lectura de Los anillos de Saturno, el sorprendente libro de W. G. Sebald, donde reúne trozos autobiográficos, crónicas de viaje, ensayo histórico y reseña de lecturas... un género que gana cada vez más adeptos en estos tiempos en que la narrativa, por la narrativa misma, ya no tiene demasiado que contar.

El escritor alemán (fallecido en 2001 en un accidente de carretera) nos advierte en su libro sobre el retroceso de los bosques europeos que fueron materialmente "quemados" en beneficio de la revolución industrial que nos dotó de las máquinas sin las cuales hoy viviríamos en la romántica premodernidad descrita por Victor Hugo y Manuel Payno.

"Desde la primera antorcha hasta los reverberos del siglo 18", nos explica este alemán de Inglaterra, "todo es combustión, y combustión es el principio inherente a cada uno de los objetos que producimos". Al leer esto alcé la vista y observé los objetos a mi alrededor.

En todos, ciertamente, estaba la huella del fuego: en la resina de la computadora, en el vaso de mi highball, en el barniz de la mesa, en el acero de mi pluma, en los circuitos del teléfono, en la música de Enya, en el hielo mismo fundiéndose con el whisky.

Todo requirió del fuego... el fuego del gas industrial, del carbón, del queroseno necesario para generar la electricidad que nos permite leer estas líneas.

Las llamas de Julio Cortázar en su relato magistral Todos los fuegos el fuego (donde incendia el Coliseo romano junto con el hotel donde los amantes se quedan dormidos mientras fuman), son las mismas en las que arderemos eternamente si seguimos tan de cerca los requiebros íntimos de Angelina Jolie.

El ascua que, nos recuerda Sebald, acompaña a la humanidad desde sus comienzos "y de la que nadie sabe hasta qué punto...

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