Entre Paréntesis / Simpatía por el diablo

AutorDavid Martín del Campo

Nuestra flaqueza por la morbosidad debe habitar en el famoso "gen trece" de los criminalistas. Algo lleva nuestra sangre que proporciona un regocijo enfermizo a la hora de los crímenes reportados en la sección de policía. Recuérdese, si no, las páginas del semanario aquél, Alarma! -extinto hace años- donde se describían fríamente todo tipo descuartizamientos... y que comercializaba semanalmente dos millones de ejemplares.

Era como el espejo negro de nuestro alborozo tercermundista. Algo que existía pero que (obviamente) no debía existir. Igual que una pesadilla funesta, el pasquín ilustraba con fotos espeluznantes los casos más remotos de nuestra sosegada brutalidad. ¿Y de dónde su éxito? Seguramente de la simpatía por el diablo (Jagger dixit), que se esconde bajo nuestras muy apacibles almohadas.

Algo de eso asoma en la reciente película de Woody Allen, Match point (traducida insípidamente como La provocación), donde Chris Wilton, un ex campeón tenista, se ve inmerso en una vorágine de pasiones que lo llevan a buscar el asesinato como solución. Wilton, así, se hermana con otros personajes igualmente atormentados (Raskólnikov, de Fedor Dostoievski; Vic Van Allen, de Patricia Highsmith) y que se ganan toda nuestra simpatía.

Tanto la novela Crimen y castigo como Mar de fondo -decíamos- nos presentan situaciones límite donde el homicidio se convierte en una salida lícita, necesaria, incuestionable. Y lo peor de todo (o lo mejor), que los protagonistas se han ganado toda nuestra simpatía y rezamos al cielo porque los fiscales no los capturen, los lleven al tribunal, los condenen. Es decir, hemos pactado (narrativamente) con el diablo y toda nuestra esperanza reside en que esa "sangre necesaria" se disipe con el paso de los días.

La genialidad de ellos (Dostoievski-Highsmith-Allen) reside en el "convencimiento" que logran de nuestra endeble moralidad. Han logrado hacer de nosotros criminales en potencia o, por lo menos, entusiastas promotores de la impunidad, la transgresión del orden y el imperio de la irracionalidad.

Bandidos que se ganan la devoción popular luego de probar su generosidad con la gente. La intención lo perdona todo porque todos llevamos, muy dentro del corazón, un Robin Hood en potencia...

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