Entre Paréntesis / De Stonehenge a Coyoacán

AutorDavid Martín del Campo

Se pelean todas las plazas, según el talante de cada cabildo, en una lucha de mármol y bronce. Así, Benito Juárez y don Miguel Hidalgo yerguen sus pendones en los jardines municipales del país, completando la educación cívica que nos fue dictada con voz emocionada y dedos flamígeros. Recuérdenlos; nunca lucen con porte ecuestre y se presentan siempre mirando hacia los horizontes del devenir.

La escultura pública nos acompaña cotidianamente, embelleciendo parques y camellones, además de marcar el terruño. Monolitos, bustos, efigies arcádicas en mitad de una fuente. Están ahí desafiando a la intemperie y recordándonos que algo de nuestros mezquinos devaneos habrá de perdurar. Esculturas que son monumentos y que serán, luego, símbolos urbanos. Lo mismo la fuente de Minerva, en Guadalajara, que el Pípila en cantera de Guanajuato.

El domingo pasado fueron inauguradas tres esculturas monumentales en la avenida Miguel Angel de Quevedo, en Coyoacán. Los autores de estas propuestas metálicas, como ya fue informado, son Fernando González Gortázar (Homenaje al corazón), Vicente Rojo (Volcán encendido) y Manuel Felguérez (Geometría suspendida). De noche, al encontrarse con ellas, las figuras aparecen como una sorpresa de luz, pues han sido instaladas sobre un juego sugerente de reflectores.

Ese tipo de obras viene a contribuir con las propuestas innovadoras que desde los años 60 comenzaron a surgir por distintas plazas y avenidas. Hasta ese momento, la escultura pública dominante estaba limitada por el ánimo cívico: o pertenecían a la épica de la Patria o eran continuación de la llamada Escuela Mexicana de Escultura, y que estuvo protagonizada por talentos como los de Mardonio Magaña, Luis Ortiz Monasterio y Guillermo Ruiz. Efigies en piedra cuyos personajes celebraban las conquistas de la Revolución de 1910: obreros, maestros y campesinos como una extensión del discurso inaugurado por los pinceles de José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

La ruptura estuvo marcada por aquellas cinco torres que en 1957 le dieron patente al fraccionamiento residencial de moda, Ciudad Satélite. Un suburbio que se pretendía moderno, al estilo gringo y de dos coches por familia. Aquellos prismas coloreados de concreto -ideados por el genio paralelo de Luis Barragán y Mathías Goeritz- se significaron como el preámbulo de lo que en el futuro sería la escultura monumental en México. Apuesta que fue retomada en 1968 por las 19 piezas que a lo largo del...

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