Partidos Políticos: La ruta correcta

AutorJosé Woldenberg K.

Los partidos son importantes para la vida y la reproducción del Estado democrático. Bien vistas las cosas, no obstante las críticas que por muy distintas razones han recibido, es posible reconocer -mientras no se demuestre lo contrario- que no hay democracia perdurable sin partidos. Espacios insustituibles para la expresión, la representación y el procesamiento de los intereses de franjas importantes de ciudadanos, los partidos son también la columna vertebral del Estado democrático moderno. En definitiva, los sistemas de partidos son consustanciales a la democracia representativa, característica de las sociedades masivas, complejas y plurales contemporáneas, cuyo funcionamiento supone procesos electorales regulares y permanentes.

Numerosos autores, entre ellos Angelo Panebianco1, han estudiado la importancia de los partidos como unas maquinarias que echan sus raíces en una doble dirección: en el Estado, pues están enclavados en muchos de sus recintos y procesos, sobre todo como actores centrales del Poder Legislativo y el Ejecutivo; y en la sociedad, pues se han convertido en espacios insustituibles para la expresión y el procesamiento de intereses de franjas importantes de ciudadanos.

Echando una mirada sobre la historia comparada, es posible constatar que ahí donde las democracias han logrado mantenerse y ser sustentables existe una base de partidos políticos sólidos. La reconstrucción política, económica y social de Europa occidental en la segunda posguerra se produjo en presencia de sistemas estables de partidos políticos. Asimismo, las democracias perdurables en otros países como los Estados Unidos y Canadá, también cuentan con formaciones partidistas que representan a la casi totalidad de la ciudadanía. En América Latina, Costa Rica es un ejemplo excepcional de estabilidad democrática afianzada en su respectivo sistema de partidos.

Si se emprende el ejercicio inverso, el de constatar dónde la democracia ha sido frágil, se encuentra que la pretensión de sustituir a los instrumentos de la democracia como son los partidos políticos y la pluralidad que éstos infunden en los parlamentos, suele acabar en una pérdida de la democracia y de la soberanía de los ciudadanos para determinar a sus gobernantes y representantes. La lección de la historia está a la vista de cualquier observador: la democracia se funda, se fortalece y se reproduce junto con la consolidación de los partidos políticos.

Y es que ciertamente los partidos políticos tienen, en sistemas que encauzan y hacen productiva la pluralidad social, roles que son insustituibles. Klaus von Beyme, por ejemplo, atribuye a los partidos cuatro funciones: la búsqueda de objetivos a través de ideologías y programas, la articulación y agregación de intereses sociales, la movilización y socialización de los ciudadanos (sobre todo en ocasión de las elecciones) y el reclutamiento de élites y formación de gobiernos.

Como ha señalado Javier Pradera2, el aumento de las competencias atribuidas a los partidos políticos como operadores políticos en el último medio siglo en el mundo, ha cambiado las características de las instituciones representativas; las transformaciones producidas en los centros de poder fueron de tal envergadura que algunos constitucionalistas como Gerhard Leibholz y Manuel García Pelayo denominaron "Estado de partidos" a esa nueva realidad.

De esta manera, cuando los Estados definen que los partidos son organismos vitales de los sistemas de representación plural y, por tanto, entidades de auténtico interés público, su existencia se apuntala con fondos y diversos apoyos públicos.

En el caso de México, el proceso democratizador que se desarrolló a lo largo de las últimas dos décadas, descansó sobre dos premisas, dos objetivos básicos: la necesidad de construir un sistema de partidos digno de tal nombre, y la edificación de un entramado legal e institucional que garantizara la soberanía del sufragio. Es decir, uno de los pilares de la democratización fue la creación de los derechos de los partidos, el fortalecimiento de los mismos.

El arranque de este proceso puede ubicarse en 1977, pues ese año se abrieron de una manera firme las compuertas para el libre desarrollo de las opciones organizadas a fin de garantizar su asistencia al mundo electoral. De hecho, la transición mexicana a la democracia se construye sobre las siguientes premisas contenidas en aquella reforma: 1) se declara a los partidos políticos como "entidades de interés público" y se de paso a su "constitucionalización", es decir, al reconocimiento de la personalidad jurídica de los partidos en plural y a su importancia en la conformación de los órganos del Estado; 2) se abre la puerta de la competencia...

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