Pata de perro / Encuentro con Australia

AutorAlonso Vera

En Australia los pájaros no cantan, se ríen, y los árboles cambian su corteza en vez del follaje. Ahí, en donde se vive a la vanguardia, disfrutar del contacto pleno con la naturaleza es considerado el lujo máximo.

La primera ocasión que viajé por Australia fue ya en el siglo pasado. Recién había terminado la preparatoria y la vida monástica no había resultado ser lo mío. No tenía aún hijos, ni prejuicios, ni mucho menos ataques de ansiedad. Gozaba de todo el tiempo del mundo, así como de una insaciable curiosidad.

Aún recuerdo con detalle la textura de su territorio en mi oráculo de cartón con forma de globo terráqueo.

Fue la primera ocasión que dejé al azar la elección de mi destino. No tenía nada que perder. Lo hice girar, cerré los ojos y aterricé mi índice en esa tierra cargada de atardeceres rojizos y tormentas eléctricas. Y cuando abrí los ojos para conocer las

coordenadas provistas, señalaba la Terra Australis Incógnita; tan sólo un supuesto en occidente hasta la vuelta al mundo de Magallanes.

AL FRESCO

Luego de pasar un par de noches "durmiendo" sobre una cama de hojas me di cuenta que la luna es lo único que sabía reconocer en el cielo del Hemisferio Sur. También aprendí que la paranoia de si es una araña venenosa o -de nuevo- la etiqueta de la chamarra, se quita con el paso de los días. No cabe duda de que acampar en los Parques y Reservas del sureste de Australia es toda una aventura.

Las tardes solía dedicarlas a pescar en aguas infestadas por tiburones con un anzuelo improvisado y la carnada incorrecta. Mi idea era capturar una presa suculenta que más tarde prepararía al carbón bajo aquella bóveda misteriosa en la reserva conocida como Blanket Bay. Por fortuna cierran tarde los restaurantes con mariscos capeados y vinos regionales en el poblado cercano de Apollo Bay, ubicado en el corazón de la Gran Carretera Oceánica.

Esta carretera es una de las rutas escénicas más famosas del planeta, ubicada muy cerca de Melbourne, en el territorio de Victoria. Sus 243 kilómetros te permiten conducir desde

el poblado de Torquay hasta Warrnambool por las costas del Mar del Sur y el Estrecho de Bass. Es un destino sin pretensiones, con campos de golf públicos muy accesibles, como el Anglesea, cuyas trampas de arena suelen estar repletas de canguros.

En sus poblados se sirven los mejores mariscos y anécdotas de la vida en la costa austral. Y más allá de los hoteles, los diversos parques y reservas de la región te ofrecen disfrutar ese, que es...

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