Paz Fernández Cueto / Un Presidente a la altura

AutorPaz Fernández Cueto

Acabamos de presenciar la ceremonia luctuosa en el Campo Marte en honor de Juan Camilo Mouriño y sus colaboradores que perdieron la vida en un día de trabajo, como tantos otros, comprometidos con el servicio público. Más allá de la tristeza y el llanto que embarga a sus familiares y amigos, y la consternación que ha conmovido a nacionales y extranjeros, merece especial mención el presidente Felipe Calderón, de quien hemos visto agigantarse su figura como la de un gran hombre, como la de un gran Presidente que pasará a la historia por haber estado a la altura de las circunstancias difíciles que le ha tocado enfrentar. La solidaridad que millones de mexicanos queremos manifestarle es ciertamente por la tristeza que nos embarga cuando un amigo se va, por la pérdida de un estratega inteligente, pieza clave en el proyecto político que lo compromete, por la falta irreparable de un colaborador leal e incondicional, en fin, por la muerte de un joven político que en medio de una vida tan corta había producido ya frutos maduros, resultado de un talento y capacidad poco comunes. Éste será para el Presidente un hueco muy difícil de llenar.

La austera solemnidad de la ceremonia fue sobrecogedora. El dolor que presidió el acto estuvo presente en todo momento, en medio de un silencio solemne y respetuoso interrumpido de vez cuando por discretos sollozos, y por algunas lágrimas que corrían disimuladamente por los rostros. El presidente Felipe Calderón dirigió un mensaje a todos los mexicanos sin distinción; sus palabras valientes y conmovedoras, lejos de transmitir desesperanza, fomentando un ambiente de desánimo o sospecha, sonaron como un llamado a la esperanza, como una invitación a crecerse ante el castigo de la adversidad convocando a la unión de todos los mexicanos, tan divididos hoy por hoy, por los colores de sus partidos.

He de confesar que el martes pasado cuando McCain reconoció el triunfo de Obama, felicitándolo "por haber sido electo Presidente del país que los dos amamos", pidiendo a los estadounidenses, "no sólo que lo feliciten, sino que le ofrezcan su buena voluntad y esfuerzo honesto, por zanjar nuestras diferencias y ayudar a restaurar nuestra prosperidad...", sentí envidia, envidia de la buena por no contar en la oposición con políticos de semejante altura, con esas personas nobles y además inteligentes, capaces de reconocer sin atribuir a complots o estupideces semejantes...

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