'Al perico y al poblano...'

AutorAlejandro Rosas

Fue una guerra de egos la que llevó a don Agustín de Ovando y Villavicencio a construir una de las casas más notables de Puebla, en la segunda mitad del siglo 18. La opulencia era la característica principal de las construcciones que rodeaban a la Plaza Mayor y su tamaño representaba el statu quo de sus moradores, de ahí que, antes de comenzar a edificar, el propietario pensara con mucho detenimiento qué tipo de morada deseaba.

La ciudad por entonces contaba con 56 mil habitantes y presentaba decenas de construcciones religiosas entre las que destacaba la catedral -con sus torres concluidas en 1768-, así como casas "de muy buena fábrica y bastante fortaleza -escribió en 1780 Mariano Fernández de Echeverría- a causa de la bondad de los materiales de que se fabricaban y de la solidez del suelo en que se asientan sus cimientos".

El predio se ubicaba en la calle Primera de Mercaderes, a unos metros de la plaza y frente a las casas consistoriales, hasta donde concurrían los miembros del ayuntamiento a celebrar sus sesiones. La residencia de don Agustín debía guardar el estilo de las casas de su época: escaleras cubiertas, corredores altos compuestos de lajas grandes, balcones, fachadas revestidas con azulejos, patios amplios y comunicados. Por encima de los estilos arquitectónicos, el noble criollo quiso que fuera la de mayor altura de toda la ciudad por lo que ordenó la edificación de una casa de tres pisos. Sonaba la hora de los egos.

Hasta entonces ningún miembro de la alta sociedad poblana había osado construir una casa mayor que el Palacio Municipal. Don Agustín no sólo se atrevió, también ordenó el inicio de las obras sin el permiso y contra la voluntad del Cabildo. Los miembros del Ayuntamiento pusieron el grito en el cielo, ningún habitante de la ciudad de Puebla -con todo y su posición social- podía estar por encima de la autoridad y pronto se enfrascaron en tremendo pleito legal. Las obras fueron suspendidas y los días comenzaron a transcurrir lentamente. La solución del conflicto se antojaba lejana.

Muñecos Burlones

La justicia -y la oportuna intervención del virrey- favoreció finalmente a don Agustín, quien decidió tomar venganza de una manera muy curiosa. En la fachada principal de su casa mandó colocar una serie de muñecos de azulejo que, "con grotescas figuras, saludaban diariamente a (las autoridades) quienes, es fama, no volvieron a asomarse a los balcones de su palacio para no contemplar la burla".

Los miembros del Ayuntamiento...

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