Piedra de Toque/ El mercader de Korcula

AutorMario Vargas Llosa

El mirador, de blanca piedra caliza, sobrevuela las casas de la ciudad medieval, y tiene una vista soberbia, circular, sobre los bosques de pinos y cipreses del continente y las islas vecinas, y domina la bahía que circunda la península donde se halla aprisionada Korcula.

Aquí hubo una colonia griega, y después una ciudad romana, pero quienes dejaron una huella imperecedera en Korcula fueron los venecianos: en todas las iglesias de la villa, empezando por la bella catedral, el alado león de San Marcos devora corderos, protege los Evangelios o desafía con la arrogancia ingenua de un personaje del aduanero Rousseau el horizonte por donde pueden arribar los invasores sarracenos.

Los nativos no sólo juran que micer Marco Polo nació aquí; aseguran también que en estas aguas verde azulinas del mar Adriático fue capturado por los genoveses, en 1298, y llevado a la prisión de Génova donde dictó a Rustichello de Pisa, su compañero de celda, en francés macarrónico, el "Libro de las Maravillas", conocido también como "Il Milione" o "La Descripción del Mundo", contando sus viajes y aventuras por Asia, en la corte del Gran Can.

Ningún otro libro excitaría tanto la imaginación europea medieval y renacentista, ni despertaría tanta sed de exotismo y aventuras, como esta crónica de los casi cuatro lustros que pasó recorriendo la Europa profunda y el Asia legendaria, entre refinados y exquisitos cortesanos o feroces caníbales, corsarios desenfrenados, audaces comerciantes, traficantes de esclavos y de elixires y cazadores de fieras y de ensueños, este veneciano de vida tan elusiva y misteriosa como la de uno de sus más aprovechados lectores, don Cristóbal Colón, a quien, se dice, "Il Milione", que leyó y estudió con devoción de catecúmeno, abrió el apetito por los tesoros y prodigios de Cipango y Catay. Porque Marco Polo, que cuenta en su libro tantas cosas, casi no dice nada sobre él mismo.

No hay prueba alguna de que Marco Polo naciera o viviera aquí, desde luego. Pero, como me dice una estilizada muchacha que, a la vuelta de la torre que acabo de visitar, vende los dibujos y cuadros de su marido, el artista croata Hrvoje Kapelina: "¿Qué importa ahora eso?" En efecto, los héroes no pueden pertenecer sólo a quienes un azar geográfico deparó la conciudadanía con ellos; también merecen ser de quien mejor se los apropia, de quienes hacen más méritos para adueñarse de su biografía y su leyenda. Y, sin la menor duda, la esforzada Korcula ha hecho más para...

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