Piedra de Toque / Domingo en Iraq

AutorMario Vargas Llosa

No porque esté dotado del don de la videncia sino aleccionado por el recuerdo de mi breve visita a ese país, a fines de junio y comienzos de julio de 2003, donde, en todos los lugares que visité advertí una sensación de alivio generalizado y una gran esperanza con la caída de la dictadura del Baaz y de Sadam Husein.

Entonces, las acciones terroristas de Al-Qaeda, de Ansar al Islam, de las brigadas enviadas por los clérigos ultra conservadores de Irán, las de Abu Musab al Zarqawi y de los grupos supervivientes del Baaz estaban sólo en los comienzos y era difícil imaginarse que crecerían hasta alcanzar las proporciones apocalípticas que han tomado. Esto, y, sobre todo, la formidable campaña internacional de los medios europeos embebidos de odio a los Estados Unidos, habían llegado a persuadir a un importante porcentaje de la opinión pública de que la intervención militar en Iraq era un absoluto fracaso, y, además, una operación contraproducente que, en vez de desembocar en una democratización del país, incendiaría todo el Medio Oriente dejándolo a merced de los fanáticos fundamentalistas anti-occidentales. ¡Iraq sería un nuevo Vietnam que, por segunda vez, haría morder el polvo de la derrota al arrogante coloso norteamericano! Toda la Europa del resentimiento y la nostalgia de la evaporada revolución se echó a las calles, a festejar este regalo de los dioses.

En un hermoso artículo titulado "La prudencia política y el coraje de los iraquíes" (El País, 30/1/05), Michael Ignatieff se preguntaba, el mismo día de las elecciones: "¿Por qué hay tan poca gente que sienta siquiera un estremecimiento de indignación cuando ven a encuestadores tiroteados en una calle de Bagdad? ¿Por qué no hay ni el menor asomo de aplauso en la prensa por los más de 6.000 iraquíes que, arriesgando sus vidas, se presentan como candidatos a un cargo público?" Por una razón muy sencilla: porque esas elecciones no eran serias, sino una farsa de los ocupantes, que el pueblo iraquí, identificado con la "resistencia" -la palabra es un astuto embauque, para dar una aureola de dignidad a los terroristas-, iba a boicotear, mostrando así al mundo su rechazo de aquella intervención colonialista del imperialismo anglosajón. La corrección política lo había dictaminado y sólo faltaba que los hechos vinieran a confirmar la teoría.

El maltratado, diezmado, destrozado pueblo iraquí, sobreviviente de cuatro décadas de una de las más vesánicas satrapías que conozca la historia y de dos...

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