PIEDRA DE TOQUE / Peregrinación a las fuentes

AutorMario Vargas Llosa

Nunca sabremos cómo la llamaban y se llamaban entre sí sus pobladores, pues el nombre con que ahora se la conoce -Caral- apareció seguramente en la región muchos siglos después de que aquella notable sociedad se hubiera extinguido tan brusca y misteriosamente como ocurrió, en América Central, con la civilización maya.

Cuando la arqueóloga Ruth Shady Solís llegó hasta aquí, en 1993, y se instaló a vivir en una carpa para iniciar sus investigaciones, esta gigantesca explanada salpicada de colinas (que en verdad eran adoratorios y templos) y cercada por los contrafuertes color tierra de las estribaciones de la Cordillera de los Andes debía parecer un paisaje lunar. Imponente y bellísimo, eso sí, con su profundo silencio, su soledad, sus piedras milenarias y la miríada de estrellas chisporroteantes iluminando las noches despejadas. Durante mucho tiempo sus únicos compañeros fueron los zorros, las lagartijas y alguna que otra culebra del desierto.

Ruth no fue el primer arqueólogo en saber que la zona de Supe-Barranca-Pativilca del litoral peruano escondía restos arqueológicos. Existía un catastro que, desde años atrás, lo señalaba. Pero lo que ni ella, ni nadie, podía sospechar era la magnitud de las construcciones -templos, sepulturas, plazas, anfiteatros, altares- enterrados en aquel páramo y, mucho menos, su milenaria antigüedad.

Algún día se escribirá una biografía de Ruth Shady Solís y, aunque todo lo que en ella se cuente sea estricta verdad, se leerá con el hechizo que se leen las buenas novelas. Su padre era un judío centro-europeo que llegó al Perú huyendo de las persecuciones antisemitas, un hombre culto y apasionado del pasado y de las piedras cargadas de historia, que la llevaba de niña a recorrer los monumentos prehispánicos de los alrededores de Lima y, más tarde, del resto del Perú. Su vocación por la arqueología fue, pues, precoz. Estudió en San Marcos. En los años ochenta hacía trabajo de campo en Bagua, una región amazónica que por aquella época se vio ensangrentada por las acciones terroristas y anti-terroristas, que causaron estragos entre las comunidades nativas. Ruth debió dejar Bagua, muy a su pesar, y estuvo un tiempo vacilando entre distintos lugares donde concentrar su trabajo. El día que eligió Caral se encontró con su destino, como diría Borges.

Diecisiete años después se puede decir que ella ha protagonizado la más extraordinaria aventura que puede vivir un arqueólogo: haber sacado a la luz, de cabo a rabo, toda una...

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