Los placeres y los días / Iconolatrías

AutorAndrés de Luna

La política hace de la historia un cajón de sastre: corta, remienda, zurce. Al menos ése es uno de los usos bastardos de la poderosa crónica del devenir de los acontecimientos. ¿Quién puede olvidar la pugna por la existencia o el mito de los Niños Héroes? Tamayo dio al clavo al pintar a Juárez y a Zapata convertidos en busto de piedra. Habría que revisar casos como el de Vlad Tepes, el Empalador (1431-1476), que diera origen al novelesco Drácula. Luchador contra los habitantes de Valaquia y un poderoso guerrero contra los turcos. El elemento que lo unifica en sus biografías, ya sea la de Radu Florescu y Raymond McNally, la de Ralf Peter Martin o la del mexicano Roberto Mares, es la crueldad.

Los testimonios dan cuenta de un hombre de violencias innumerables, que preparaba postes afilados para convertir el paisaje en un bosque de cadáveres sanguinolentos. Vlad Tepes requería los matices y las paradojas establecidas por el historiador para encontrar los hilos de una figura desaparecida y oculta bajo los mantos del tiempo. El proceso era largo. La contraparte la explican Anna Szigethy y Anne Graves en Vampiros (Ediciones Jaguar, 2009), en donde escriben que: "en tiempos mucho más recientes, el gobierno comunista rumano de Nicolás Ceaucescu hizo un esfuerzo grotesco por reinventar la figura de Drácula como héroe nacional. El Ministerio de Turismo erigió una estatua de Drácula cerca del paso de montaña que asciende hasta el que fuera su castillo y, en esa nueva versión 'oficial' de su reinado, se le exaltaba como un valiente guerrero que había contenido el avance de los turcos hacia...

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