Los placeres y los días / Torturadores

AutorAndrés de Luna

En el mundo los torturadores circulan sin un asomo de pudor. Bestias de cinismo proverbial, enfrentan sus fantasmas con el sufrimiento de los otros. Ese es su poder. El dramaturgo chileno Ariel Dorfman imaginó en La muerte y la doncella (incluida en el primer volumen de su Teatro, Ediciones de la Flor, 1992) el encuentro de una víctima y su torturador. Luego, en 1996 la lleva al cine Roman Polansky con Sigourney Weaver y Ben Kinsgley como protagonistas.

Algo que sale a la luz, desde luego, es la cobardía de los torturadores, que se amparan en el anonimato o que se resguardan sobre las lápidas de sus asesinados. Enfrentados a los indefensos son implacables, usan un humor incómodo y gustan de fanfarronear sobre su fuerza.

Si los llegan a atrapar, como fue el caso del infame Ricardo Miguel Cavallo, entonces rechazan los cargos y se niegan a refrendar su pasado. ¿Dónde le había quedado la rabia homicida a Sérpico o Marcelo? Apodos con los que se hacía llamar esa basura.

El inquisidor marcó la brecha que después concentraría sus arbitrariedades en el torturador. La película El mocito (2011) de Marcela Said y Jean de Certeau es un documental en torno a Jorgelino, un personaje que se nutrió con las heces de la dictadura militar chilena. Servía el café, empacaba los cuerpos de los cadáveres que luego llevaría a la cajuela de un auto para desaparecerlos. Cumplía órdenes, según afirma, pero hay cosas que el sentido común y un mínimo apego a la lógica humana impiden realizar. El hombre ahora quiere redimirse luego de que fue descubierta su participación en el...

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