Plaza Pública / Descarrilamientos

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

¿Importa lo que ocurra a la empresa ferroviaria que maneja el 40 por ciento de la carga que se mueve en México a través de ese medio de transporte? ¿Importa que esa empresa haya obtenido la devolución del impuesto al valor agregado por un monto total que frisa en los 900 millones de dólares?

Sí importa, y debemos por lo tanto ocuparnos de las noticias habidas esta semana en Transportación Ferroviaria Mexicana (TFM), una de las empresas en que se dividieron los Ferrocarriles Nacionales de México. El lunes, la asamblea de accionistas de su controladora, Transportación Marítima Mexicana (TMM) no aprobó una decisión de su consejo de administración que, en términos simples implicaba la compra de la línea México-Laredo por la compañía norteamericana Kansas City Southern (KCS). Y anteayer viernes TFM fue notificada formalmente de una histórica sentencia en su favor, que explica en parte el que se diera marcha atrás en el proceso de crear una empresa binacional, controlada por KCS, la Nafta-Rail, que descarriló antes de ser siquiera constituida.

El gobierno del presidente Zedillo inició en 1995 la privatización de los ferrocarriles. Aunque ya el año anterior ocho talleres habían sido entregados en concesión a las empresas Morrison Knudsen, Gec-Alsthom, Gimco y Gatx, fue preciso, en el primer año de la administración zedillista, enmendar la Constitución (cuyo artículo 28 reservaba al Estado la operación ferroviaria) y emitir una ley reglamentaria del servicio. Sobre esas bases legales, la empresa ferroviaria nacional fue inicialmente dividida en tres empresas troncales, seis regionales y una terminal general de servicios.

Una de las tres empresas troncales se denominó Ferrocarril del Noreste, concesionaria de la línea que va de la capital mexicana a los Laredos, y otras fronteras tamaulipecas. Esa empresa fue adquirida por TFM, en que Transportación Marítima Mexicana tenía la porción mayor de las acciones, 41 por ciento; Kansas City Southern, 39 por ciento; y el gobierno federal 20 por ciento. Llamó la atención de los conocedores, entonces, que la postura de otros interesados, como Ica y Tribasa (que en aquella época estaban lejos de las dificultades que las asediaron después) fuera sustantivamente menor que la anunciada por TFM, que resultó triunfadora porque era unos 400 millones de dólares superior a la que quedó en segundo lugar. El precio pagado fue de mil 700 millones de dólares.

Esa adquisición y otros factores dejaron en mala situación a TMM, la empresa madre de la que incursionaba ahora en la transportación por tierra. TMM tiene cerca de medio siglo de edad, pues fue fundada en 1955 como respuesta a la necesidad de movilización de su mercancía experimentada por Cementos Anáhuac. Ambas empresas fueron creadas por el ingeniero Julio Serrano, cuyo hijo José F. Serrano Segovia preside hoy el consejo de administración.

Como otras muchas empresas, TMM ha padecido crisis que la condujo a un endeudamiento abrumador, que la empresa naviera no ha podido enfrentar. En mayo pasado vencieron obligaciones por cerca de 200 millones de pesos, que no pudo cubrir, lo que significó además que otro vencimiento, de cuantía semejante, programado para 2006, fuera declarado anticipadamente vencido, por lo que TMM está en mora por poco menos de 400...

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