PLAZA PÚBLICA / De la desaparición a la fosa clandestina

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Hasta el sábado a mediodía se han encontrado 145 cadáveres en las fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas. Pero el número de muertos en la región debe ser mucho mayor, si se considera que 350 personas han solicitado examen de ADN a fin de que se coteje con el de los cuerpos encontrados, y que en la central de autobuses de Matamoros yacen 400 maletas abandonadas, cuyos propietarios no las han reclamado.

Y es que el horror de los cementerios que arrojan cada día más y más cadáveres fue precedido por las tragedias, denunciadas por familiares de personas que cruzaban San Fernando para llegar a la frontera, y que no llegaron a su destino. Algunas de estas denuncias son antiguas: datan de febrero, de abril, de octubre de 2010. Otras son más recientes, de marzo pasado. Pero ninguna fue atendida, ni en los lugares de donde partieron quienes después serían víctimas, ni en Tamaulipas, en cuyas carreteras se produjo la desaparición. No únicamente los deudos de los afectados fueron desatendidos. Los procuradores de varias entidades, lugar de origen de los viajes interrumpidos, tampoco recibieron respuesta de las autoridades tamaulipecas.

Esa indolencia no es privativa de esa entidad. Ante las varias formas de privación ilegal de la libertad que se asestan a cientos, miles de personas, nadie en ningún gobierno se conmueve. Y por lo tanto nadie, en ningún gobierno, actúa para localizar a los desaparecidos. Ése es el caso, prototípico, desgarrador, de Ascensión Candia, cuyo hijo Emmanuel, de 18 años, salió de su casa en el municipio de Emiliano Zapata, Morelos. Iba a comprar un refresco, para cenar. Y nunca más volvió. Se supo que él y cinco muchachos más (peones de albañil, ayudantes de electricista, uno vendedor de ropa) fueron subidos a una camioneta y a un automóvil por un grupo de hombres con armas largas. A sus familias les costó trabajo denunciar la desaparición. En la policía municipal se les dijo que "mejor nos regresáramos a la casa, que dejáramos las cosas en paz, porque había sido un levantón". En el Ministerio Público la respuesta fue que "no nos podían ayudar porque no había elementos" y que de plano "los diéramos por muertos".

Luego pasó el tiempo: "Esperábamos que vinieran a preguntarnos cómo habían sido las cosas, qué había pasado, si habían tenido problemas antes, si algún familiar se dedicaba a algo malo... Pero nunca hubo preocupación de nada". Y tampoco se averiguó la causa de su muerte: los cuerpos de los seis levantados...

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