Plaza Pública / Sarampión social

AutorMiguel Angel Granados Chapa

Dos brotes de sarampión, enfermedad eliminada de la geografía sanitaria, totalmente controlado el primero y atacado con eficacia el segundo, provocaron además la adquisición de millones de dosis para prevenir que se susciten nuevos casos. Otro virus, este informático, el blaster, ha sido identificado y aunque no ha dejado de causar pérdidas se conocen ya los modos de encararlo.

En cambio, una suerte de sarampión social -manchas rojas en buena parte de la epidermis nacional-, nos habla de un virus que no hemos acertado a extirpar y que, al contrario, acaso está expandiéndose y acrecentando su infección. No se trata, todavía, de ingobernabilidad, pero sí de una efusión de conflictos sociales que se manifiestan a través de la violencia. Se muestra a veces en formas de resistencia civil, o de justicia por propia mano, que implican enfrentamientos entre grupos. A veces son crímenes habituales en la sociedad antigua, en el autoritarismo priista que no ha sido desplazado. En otras se advierte la mano de algún poder, ya sea el formal que desvirtúa su misión; o uno ilícito, como el de los capitanes de la droga. No constituyen, por desgracia, acontecimientos novedosos. De una y otra manera los hemos vivido siempre. La prédica priista de que nos brindó décadas de paz social es falsa, pues hubo muerte violenta y represión solapada en abundancia, en ese México que distaba de ser la Arcadia feliz con que quiere engatusarnos el discurso restaurador. Pero hoy tal sarampión social puede arruinar la incipiente democracia electoral y la alternancia de partidos en los poderes, que son la plataforma básica para la justicia social.

Un mínimo recuento de hechos, necesariamente incompleto, ocurridos durante la primera quincena de agosto debe producirnos por lo menos preocupación, movilizarnos hacia su atención, como acontecimientos aislados y en lo que significan juntos:

Comencemos por los choques entre grupos, que se dirimen a palos o con violencia mayor, y generan problemas más allá de su entorno inmediato. El más grave hasta ahora encara a vecinos de comunidades en Tultitlán, estado de México. Tiene su origen en la voracidad de fraccionadores ilegales que satisfacen tramposamente la legítima necesidad y ambición de la gente de contar con un predio y una casa, sin dotarla de la urbanización correspondiente. La colonia San Marcos y el fraccionamiento Izcalli del Valle disputan porque unos quieren ampliar una avenida y los otros se oponen a ella. Más de una vez han reñido a pedradas y palos. Y con bombas de fabricación casera han incendiado vehículos. Aunque la policía antimotines intervino esta última vez, tras por lo menos dos días de refriega, los vecinos embatieron también contra ella.

En Morelia un litigio interno del sindicato...

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