Plaza Pública/ Lo que va de 1994 al 2000

AutorMiguel Angel Granados Chapa

Si creyéramos en la repetición mecánica de los acontecimientos en ciclos sexenales, la crisis del Popocatépetl debería hacer que crucemos los dedos para que no se reproduzcan los hitos que en estos días de 1994 ensombrecieron el cielo mexicano: la renovada insurgencia zapatista, que salió de sus confines; y la devaluación del peso, que originó la peor crisis de cuantas hemos padecido en las décadas recientes.

Por fortuna, parece que la semejanza se reducirá al fenómeno volcánico. Dos blindajes, uno financiero y otro político, han generado circunstancias que permiten confiar en que diciembre de 2000 sea por completo diferente de diciembre de 1994. Por un lado, el gobierno de Zedillo adoptó previsiones económicas que eviten a la administración entrante los padecimientos que Salinas le heredó. No podemos estar ciento por ciento seguros de su eficacia, pues en la víspera de la devaluación, un día como hoy, el gobierno mismo se engañaba (o conseguía engañarnos) sobre su propia fortaleza. Algo como lo ocurrido entonces podría, en consecuencia, repetirse, aunque tocamos madera a fin de que la evocación de hace seis diciembres sea sólo una distracción de memorioso. De igual modo, un reencendimiento de la querella zapatista sólo sería posible si las tendencias cavernarias, que existían hace seis años y existen hoy, aunque quienes las encarnan tengan apellidos y filiaciones partidarias diferentes, se impusieran sobre la cordura. Está sembrada en el Congreso, en forma de diversas iniciativas que pueden ser consolidadas en un dictamen elaborado en conferencia de senadores y diputados, una semilla que sólo daría frutos amargos si desconociendo la historia se reasumieran posiciones superadas por los hechos, como la tentación de impedir al subcomandante Marcos la salida de sus pagos y su llegada a la Ciudad de México, como ha anunciado que hará en febrero.

De modo que, a diferencia de hace seis años, el tema relevante es sólo el riesgo abierto por el activismo volcánico. Ni siquiera el presupuesto será móvil de fragorosas batallas en los recintos parlamentarios si se persiste en la sorprendente ductilidad del gobierno. A diferencia de su serenidad constructiva en San Lázaro, el secretario de Hacienda Francisco Gil, al estilo garcialorquiano, se había portado como quien es en un encuentro con senadores: rasposo, incriminatorio, impaciente, dijo a miembros del Senado que con las finanzas públicas no se juega. Y aun llegó al extremo de conjeturar que si los...

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