PLAZA PÚBLICA / Vicisitudes mexiquenses

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Los tres partidos con mayor presencia en el Estado de México llegan a los comicios del próximo domingo en condiciones por entero diferentes de las que imaginaron y aun planearon sus dirigentes. Enrique Peña Nieto, el gobernador que juega en dos procesos -la sucesión estatal y su participación en la Presidencia-, supuso posible que un dependiente suyo directo fuera el candidato de su partido, señalado por su dedo. Estaba a punto de designar a Alfredo del Mazo, señoritingo como él mismo, miembro de una dinastía que ha llevado a dos de sus ascendientes, de igual nombre, a gobernar desde Toluca. Y los líderes del PAN y del PRD habían concertado una alianza que les permitiera frenar y echar atrás la poderosa maquinaria electoral priista. Ninguna de esas expectativas se cumplió.

Eruviel Ávila es el candidato del PRI. Advertido del riesgo que correrían su partido y su propia postulación, Peña se resignó a designarlo, para asegurar el triunfo. De haber escogido a Del Mazo (y con mayor razón todavía a Luis Videgaray, hechura directa suya), Peña Nieto habría sufrido la reticencia del priismo del Valle de México, ayuno del poder político que le ha regateado el del Valle de Toluca. Esa decisión evitó la posibilidad -nunca sabremos qué tan real- de que el alcalde de Ecatepec, ganador dos veces del gobierno de ese municipio, el más poblado de la República, saliera del PRI para encabezar la alianza opositora. Los dirigentes del PAN y el PRD locales tenían ya concertada una coalición pero carecían de candidato. Contar con un ex priista era una circunstancia ideal: así lo habían mostrado las victorias en Oaxaca, Puebla y, sobre todo, Sinaloa, porque Mario López Valdez, el ahora gobernador aliancista, fue miembro del PRI por así decirlo hasta media hora antes de su postulación. Ávila podía ser esa carta esperada. Pero la sola amenaza objetiva de que lo fuera contó entre las razones por las que Peña Nieto se ajustó a las circunstancias y aceptó lanzarlo a la palestra.

De modo que los líderes opositores locales admitieron que su candidato fuera miembro de uno de los dos partidos. Por ejemplo, Alejandro Encinas que, pese a su militancia en la izquierda, y en la que rodea a Andrés Manuel López Obrador, no era mal visto en la cúpula panista, así en la mexiquense como en la nacional. Llegó a planteársele directamente el apoyo panista a través de la alianza. Pero Encinas rehusó canjear la seguridad (o casi) de la victoria con los votos sumados de panistas y...

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