Plaza Pública / Vida privada

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Mal nacida reforma, la que en 1982 introdujo en la legislación civil el concepto de daño moral no es el instrumento adecuado para la defensa de los derechos de la personalidad, especialmente el de respeto a la vida privada.

No lo es ni por su configuración ni por el desarrollo que ha tenido en la vida real. Los jueces han tendido a admitir demandas que no proceden de hechos ilícitos (siendo que es la única fuente de reparación de tal daño), y la mayor parte de los juicios son iniciados por personas poderosas que, acaso por carecer de buena reputación, quieren conseguir con una sentencia una suerte de certificado de que la poseen.

Si Nahúm Acosta Lugo concreta su propósito de demandar por la vía civil la reparación del daño moral que le causaron las invectivas lanzadas en su contra, apenas detenido, por dos principales funcionarios de la Procuraduría General de la República, protagonizará el primer caso de un ciudadano común y corriente que busca que se le resarza su honra, lastimada por hechos ilícitos, como son las declaraciones de agentes ministeriales que lo dieron por culpable de delitos cuya indagación apenas comenzaba y de los que a la postre, como demostración plena de esa prisa torpe, fue exonerado. De paso, dará al subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos, que tanto lastimó su reputación y su autoestima, una sopa de su propio chocolate, pues el funcionario mantiene en curso un proceso contra Santiago Pando y su esposa Maritza, porque pública y abiertamente, en medios periodísticos reconocidos y en su propia página de internet (es decir, sin caer en la ilicitud) lo han señalado como responsable de inventar la culpabilidad de la señora Artemisa Aguilar, suposición basada en datos firmes como el que los testigos en que se fincó la acusación simplemente han desaparecido.

El derecho a la intimidad es un bien jurídico que debe ser protegido de las intromisiones que hoy permite la tecnología. También debe estar a salvo del chismorreo irresponsable aunque, a mi juicio, la maledicencia se derrota a sí misma. Me ha ocurrido ser mencionado o aludido en diarios, revistas y libros en una mezcla de mentiras y sandeces, que me tienen sin cuidado, porque esas prácticas pintan más a los autores que a los destinatarios.

Aquellos son torpes lanzadores de fango o heces que se ensucian al manipular sus proyectiles, y los disparan sin fuerza por lo que apenas tocan sus blancos. Quien es dueño de su propia honra y rectitud no requiere defenderlas en...

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