DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / ¡Somos ricos!

AutorCatón

Si los refrescos hubieran estado tan fríos como las palomitas y la película tan buena como la empleada de la dulcería, otra cosa habría sucedido. Pero los refrescos estaban tibios, las palomitas casi heladas y la película era pésima (se exhibía Yes, Giorgio, con Luciano Pavarotti y Eddie Albert; 1982); de modo que los papás de Dulcilí se salieron del cine a la mitad de la función. Cuando llegaron a su casa recibieron una mayúscula sorpresa: en la sala estaba su ingenua hija en erótico abrazo coital con su novio. Aunque estupefactos, los papás de la muchacha notaron que el galancete hacía las cosas con las manos entrelazadas en la nuca, como las ponen los prisioneros de guerra o los detenidos por la policía. Antes de que los asombrados padres pudieran pronunciar palabra, Dulcilí explicó aquella extraña situación: "Lo único que ustedes me han dicho es que no deje que los hombres me metan mano, y él no las ha usado"... Siempre que se habla del petróleo en México vuelvo a evocar la picaresca historieta, que seguramente mis cuatro lectores recordarán también, de aquellos jóvenes recién casados que usaban un frase, conocida sólo por ellos, para decirse que esa noche harían el amor. Él le decía a la muchacha: "Mi amor: ahora que lleguemos a la casa, ¿jugamos un pokarito?" Y ella sabía ya de qué se trataba. Una noche fueron a una fiesta. Ya de vuelta en su nidito de amor propuso el anheloso marido: "Mi vida: ¿jugamos un pokarito?" Ella se sentía cansada, y con cierto dolorcillo de cabeza, de modo que usando el mismo lenguaje del juego respondió cortante: "No. Paso". Eso al muchacho lo molestó bastante. Se fueron ambos a la cama, y no hubo ni siquiera el besito de las buenas noches: se acostaron espalda con espalda, como águilas heráldicas. Pasada la medianoche ella despertó con una sensación de remordimiento de conciencia. "¡Qué error tan grande cometí! -se dijo-, él es muy bueno conmigo, complaciente siempre; y yo lo rechacé como hacen las esposas cuando...

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