DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / ¿Educadores?

AutorCatón

Pepito, vanidoso, le presumía a Rosilita: "Tengo algo que tú no tienes". Y Rosilita lloraba, porque, en efecto, Pepito le mostraba aquello que él tenía y de lo cual carecía ella. Mas sucedió que un día Pepito insistió en su jactancia acostumbrada: "Yo tengo algo que tú no tienes", y ese día Rosilita no lloró; antes bien esbozó una sonrisilla suficiente. "¿De qué te ríes? -se amoscó Pepito-. Ya te dije que yo tengo algo que tú no tienes". "Sí -replicó ufana Rosilita-, pero mi mami me dijo que con lo que yo tengo puedo conseguir todas las que quiera de ésa que tienes tú"... Don Cornulio, muy preocupado, acudió a la consulta del doctor Duerf, psiquiatra eminentísimo. Le dijo: "Doctor: le pido que examine a mi esposa Mesalina. Creo que siente un enfermizo apego por su ropa. Ayer abrí su clóset y descubrí que tiene ahí a un hombre cuidándole sus vestidos para que no se los roben"... Uglilia Picia, mujer más fea que un coche por abajo, se quejó con el policía de la esquina: "Un hombre me viene siguiendo. Ha de estar borracho". Después de posar la vista en la humanidad de Picia concluyó el gendarme: "Más bien ha de estar borrachísimo"... Don Astasio llegó a su casa después de cumplida su jornada de ocho horas de trabajo como tenedor de libros. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba incluso en días de calor canicular, y luego se dirigió a su alcoba a fin de recostarse un rato mientras llegaba la hora de cenar. Lo que vio ahí no es para describirse con detalles: su esposa Facilisa estaba en brazos de un toroso mancebo en quien el mitrado marido reconoció al repartidor de pizzas. Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libretita en la cual anotaba inris para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Después de hallar uno adecuado volvió a la recámara y se lo espetó a la pecatriz. Le dijo: "¡Tana!" En lenguaje del hampa de la Ciudad de México ese vocablo significa ramera, prostituta. Luego, clavando una mirada fulminante en el mocetón, le dirigió estas palabras ominosas: "Ya le enseñaré a usted, jovenzuelo". "Disculpa, Astasio -intervino la señora sin suspender sus eróticos meneos-. Tú no tienes nada que enseñarle a este muchacho. Más bien él podría darte...

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