DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Viudez

AutorCatón

Toda mujer casada tiene derecho por lo menos a 10 años de viudez. Este precepto, que he postulado y defendido siempre, tendría que estar inscrito en la Constitución General de la República. Por elemental educación los maridos deberíamos irnos de este mundo antes que nuestras esposas, a fin de dejarlas descansar de nosotros un tiempo razonable. En efecto, los hombres somos necios por naturaleza, y los esposos más. Eso explica el caso de aquel señor de mi ciudad al que se le ocurrió morirse. En el velorio uno de sus hijos creyó advertir que su padre estaba respirando. Llamó a sus hermanos, y ellos corroboraron la sospecha. Fueron con su madre y le dijeron: "Mamá: parece que papá está vivo. Vamos a abrir el ataúd para revisarlo". "Ábranlo -autorizó la señora-. Pero una cosa les digo: si está vivo, el que lo saque del cajón tendrá que hacerse cargo de él". Lo anteriormente dicho me sirve de introducción para evocar a doña Generosa. Era mujer de baticola floja, tanto que enviudó y un año después del tránsito de su marido trajo al mundo un robusto bebé. Otro más dio a luz cuando se cumplieron dos años del fallecimiento del señor, y un tercero al siguiente año. Suspirando explicaba la viuda sus repetidos partos: "Es que mi esposo fue siempre muy cumplido, y todavía de vez en cuando me da mis visitaditas". No le faltaba razón, entonces, a aquel sujeto que decía: "El estado civil perfecto es la viudez, no importa que yo sea el muerto"... Afrodisio Pitongo fue a confesarse ante el buen padre Arsilio. "Acúsome, padre -le dijo-, de que me tiré a Chorlita". Con esa sonora impudicicia empezó la relación de sus pecados. Chorlita era la más bella muchacha del contorno, y eso de tirarse equivale a follar, yogar o refocilarse carnalmente. "También -prosiguió el lúbrico sujeto- me tiré a la esposa del mulero, que está en muy buenas carnes -la esposa, no el mulero-, a la mujer del abacero, a la del pregonero, a la del posadero, a la del tabernero y a la del alguacil. Son muy guapetonas esas señoras, y algunas merecen el calificativo de superiores. Espero me rebaje usted la penitencia si le digo que todas quedaron satisfechas de mi desempeño, tanto que con cuatro de ellas tengo cita otra vez para mañana". "Bueno, cabrón -se exaltó el padre Arsilio-. ¿Vienes a confesarte o a presumir?"... Doña Clorilia reñía a su hija mayor, Lerda, porque no trabajaba ni estudiaba, y estaba siempre acostada en su cama. "Así nunca vas a hacer...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR