Primero llegó el desastre

AutorMartha Martínez

Texto: Martha Martínez

Fotos: Óscar Mireles

XOCHISTLAHUACA.- A este municipio de la Costa Chica de Guerrero llegó la tormenta Manuel antes que la Cruzada Nacional Contra el Hambre. En Xochistlahuaca, uno de los 400 municipios prioritarios de la Cruzada, seis de cada diez habitantes, en su mayoría indígenas amuzgos, sobreviven en condiciones de pobreza extrema y carencia alimentaria, situación que se agravó con las lluvias del mes de septiembre que desgarraron cerros, destruyeron una decena de casas y arrasaron las milpas de maíz y frijol con las que los campesinos aseguraban un poco de alimento durante el año.

El daño que dejó Manuel en esta comunidad de la Costa Chica de Guerrero, una de las más marginadas del estado, fue tal que en septiembre pasado la Secretaría de Gobernación la declaró, junto con media docena de municipios de esta región, zona de desastre natural. A pesar de ello, lo único que ha llegado de la Cruzada es un comedor comunitario al que le hace falta todo.

La pobreza se agudiza

En enero pasado, unos días antes de que el presidente Enrique Peña Nieto presentara la Cruzada Nacional Contra el Hambre, Enfoque visitó a la familia de Francisco de Jesús, habitante de la localidad de Guadalupe Victoria, en el municipio de Xochistlahuaca.

Francisco; su madre, Rafaela; su esposa, Ángela, y sus tres hijas (Susana, de 13 años; María Luisa, de 10, y Fabiola de 6), eran entonces un ejemplo del drama humanitario que el nuevo programa del gobierno federal pretende abatir. El padre de familia se encontraba desempleado debido a que a sus 58 años de edad ya no era contratado como peón en el campo, la única fuente de empleo en este lugar. Sus hijas comían una sola vez al día, tenían problemas de tala, peso y salud.

A pesar de que cada dos meses recibían mil 500 pesos del programa Oportunidades, hacer sólo una comida al día era común; los alimentos que consumían casi a diario eran frijoles y tortilla y, debido a que no contaban con recursos para adquirir leche y huevo, Fabiola, la hija menor, era amamantada por su madre a sus seis años de edad.

En una nueva visita, hecha el fin de semana pasado, se pudo constatar que la ayuda de la Cruzada no ha llegado, y su condición es aún más precaria como consecuencia del agua que en el mes de septiembre azotó a esta comunidad durante cuatro días y cuatro noches.

La vivienda que habitan -una choza de dos paredes de adobe y techo de láminas de cartón y palos ennegrecidos por el humo y ceniza del fogón- deja ver manchas de humedad, huella del riesgo latente de que el peso del techo termine por derrumbarla.

"Tenemos miedo de que las láminas nos caigan encima cuando dormimos, pero no tenemos adónde ir", explica Francisco, mientras come un pedazo de tortilla remojado en sopa, la única comida que él y su familia harán el día de la entrevista.

La pequeña milpa de maíz y de frijol que les aseguraría un poco de alimento para el próximo año se pudrió debido a tanta agua, y las fuentes de trabajo, que de por sí eran escasas, se redujeron drásticamente. Al igual que las de Francisco, las cosechas de la mayoría de los pobladores se perdieron.

La situación es más grave aun: debido a que las milpas fueron arrasadas por el agua, los precios del maíz y el frijol se encarecieron. Actualmente el precio del maíz fluctúa entre 22 y 25 pesos por litro (unidad de medida utilizada en la comunidad); es decir, 10 pesos más de lo que costaba hace un mes.

"Vamos a pasar mucha hambre el otro año, porque como perdimos nuestra milpa no vamos a tener ni para comer tortillas con sal. No sé qué vamos a hacer porque tampoco hay trabajo; no hay cosecha para recoger", lamenta Francisco.

El agua también dejó enfermedades que no han podido atender por falta de recursos.

Ángela señala que, a más de un mes de que llovió día y noche, su hija Fabiola, la más pequeña, ha sufrido diarreas que van y vienen, pero ir al centro de salud no es posible...

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