Profecías que se cumplen

AutorJulieta García González

Tuvimos un perro. Una perra, en realidad. Se llamaba Yasha, era pastor alemán y le tenía un miedo irracional a los cohetes. Cada celebración que se hacía en el pueblo que está junto a mi casa, el trueno de los cohetes erizaba la pelambre de mi perra y la transportaba a un mundo de tortura ilimitada. Ni siquiera lloraba o ladraba: se quedaba lo más quieta posible, intentando dominar los temblores que la acometían y tragando saliva. En poco tiempo Yasha desarrolló gastritis. Era gastritis nerviosa, naturalmente. Los cohetes no pararon. Venían en Reyes o La Candelaria, en una boda más o menos ruidosa o en la celebración de un bautizo; aderezaban ferias, fiestas tradicionales, borracheras de fin de semana. La gastritis se convirtió en úlcera y Yasha murió doblegada por la intensidad de sus jugos gástricos y, por encima de todo, de su fantasía. Los cohetes no eran para ella eso: papeles rellenos de pólvora que truenan por el capricho -ilegal, contaminante y desenfrenado- de unos cuantos. Aparentemente eran demonios espectaculares, dioses enojados, trompetas que anunciaban el fin del mundo. No había modo de convencerla de lo contrario. Ni siquiera cedía a las seducciones pavlovianas: de nada servía que intentáramos asociar los cohetes con comida, con una pelota de goma, con una salida al parque.

Dice Fray Serafín de Ausejo, profesor de Sagrada Escritura, en su introducción al Apocalipsis cristiano (1): "Un fenómeno literario se dio en la literatura judía, que nada semejante tiene en las otras literaturas antiguas o modernas: la floración del género literario apocalíptico". Este género literario "consiste en utilizar artificiosamente determinados números, en comparaciones misteriosas, en intervenciones espectaculares de ángeles, de fuerzas naturales terrestres, del cosmos. (...) Su finalidad concreta no es propiamente la revelación del futuro, sino que toda esta literatura tiende a dar testimonio de la fe, a consolar, instruir, sostener a los fieles en las luchas presentes". Para Fray Serafín es imprescindible hacer la diferencia entre este género literario común a los judíos de los siglos II a.C. a II d.C. y el Apocalipsis cristiano, escrito por el "único superviviente de 'los doce'", Juan, el apóstol. La distinción que el fraile hace parece casi tan misteriosa como el texto mismo: Juan no es profético en sus escritos, sino trascendente. Esta trascendencia no implica en lo más mínimo una visión futurista, ni es un documento histórico proyectado...

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