Un quijote de la izquierda

AutorSilvia Isabel Gámez

El 68 fue una marca en la conciencia de Carlos Monsiváis. No fue testigo de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, pero absorbió el pánico y la angustia, y supo que no podría hacerse justicia mientras hubiera impunidad.

En los meses que antecedieron al 2 de octubre, Monsiváis fue una de las voces críticas que condenó la violencia del gobierno desde las páginas del suplemento La Cultura en México de Novedades. A sus 30 años, era un ser "candoroso" que le gritaba represor al Presidente Gustavo Díaz Ordaz sin temor a las consecuencias. No imaginaba una masacre. El 68 le produjo una depresión profunda y un hambre por saber más de la lucha de aquellos jóvenes.

"Me gustaría encontrar", decía, "el documento de las ilusiones, las esperanzas, el heroísmo, el sentimiento épico de esos jóvenes".

Dedicó al tema las crónicas de Días de guardar, los dos volúmenes de Parte de guerra junto a Julio Scherer García, y en 2008, El 68, la tradición de la resistencia. Después de asistir a cientos de reuniones con los estudiantes, de firmar decenas de manifiestos, Monsiváis llegó aquel día tarde a Tlatelolco, y alcanzó a ver desde la orilla un hecho definitivo en la historia del País.

Para Monsiváis, el 68 se convirtió en punto de referencia. Un símbolo del combate al autoritarismo y la defensa de los derechos humanos, un paso hacia la utopía de un nuevo orden social, basado en decisiones éticas y acciones morales. Un paso siempre en suspenso por la falta de castigo a los verdugos.

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El arma más poderosa de Monsiváis es su crítica permeada de ironía, su temible humor, su condición de "payaso sabio", en palabras de Linda Egan, su biógrafa. "Monsiváis es", según José Joaquín Blanco, "el primer escritor libre del México moderno, el primero que empieza a tomarse las grandes libertades y a decir las grandes barbaridades".

Desde su posición de outsider, forja su naturaleza disidente. Vive en la misma casa donde creció en la Portales, trabaja en su estudio-biblioteca, y defiende su independencia: no tiene jefes y nadie lo supervisa.

Sus colaboraciones periodísticas no merman su autonomía. En suma, va por la libre. En Los periodistas, Vicente Leñero recuerda al entonces editorialista de Excélsior lamentándose por su lentitud al escribir. Es por eso que muchos sábados no aparecen en la página siete, arriba a la izquierda, sus artículos. Retrata a un Monsiváis varado en el camino, revisando sus palabras, alguien que se puede dar el lujo de no entregar a tiempo. No...

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