Rafael Segovia/ La carga del hombre blanco

AutorRafael Segovia

La parte de América que todavía habla en español o en portugués atraviesa una de sus infinitas crisis, como es sabido. Si el común acuerdo señala a un desastre sin salida en el caso de Argentina, los 30 mil millones de dólares ofrecidos a Brasil por los organismos financieros internacionales -que van de hecho condicionados a que no gane Lula las elecciones de ese país-, de acuerdo con los expertos que se equivocaron tanto como los inexpertos, no van a sacar de sus problemas al gigante sudamericano. Nadie puede escaparse de una situación que se asienta en una falacia llamada globalización.

No hay una definición precisa, exacta, del contenido de esa palabra. Se han utilizado algunas cursilerías como aldea global, que han confundido aún más ese proyecto en principio económico y financiero, pero sin decirlo también político y de hecho imperial. Trascender las fronteras nacionales para permitir la libre circulación de los bienes y de los capitales -lo de las personas no se quiere ni mencionar-, siempre que estén en manos de los particulares, aunque estos particulares nunca tengan cara.

Si nos detenemos a ver a la única potencia real que hay en el mundo, los Estados Unidos, nos encontramos en primer lugar, si no con sus fronteras -que son bastante permeables- sí con su nacionalismo feroz, defendido contra todo el mundo, imbuido por lo considerado una voluntad divina, apoyado por la teoría de la frontera, o sea, la de una frontera en constante expansión, que determina este nuevo tipo de nacionalismo, capaz de compartir algunos principios con el nacionalismo creado y difundido por Europa, pero con rasgos definitivamente distintos. Estados Unidos nació aislacionalista, fundado en el principio del non entanglement, la no aceptación de alianzas en tiempos de paz y la férrea voluntad de no mezclarse en los problemas europeos. No soportaron el aislamiento por el crecimiento de su economía y al no poder mantener algunos conflictos lejos de sus fronteras. Nadie, hasta la fecha, ha bombardeado y menos aún ocupado uno de sus puertos. El ataque del 11 de septiembre contra Nueva York ha sido considerado un ultraje no sólo por el costo material y humano del ataque, sino por romper una tradición de más de dos siglos. Como los hombres descubren un buen o mal día su falibilidad, las naciones, en el momento más inesperado, advierten que son vulnerables.

Su nacionalismo se presentó sin tapujos al no aceptar la menor autoridad de la Corte Penal Internacional sobre...

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