Rafael Ruiz Harrell/ La dignidad humana

AutorRafael Ruiz Harrell

Hay una clara medida del respeto que un pueblo se tiene a sí mismo: la forma en que trata a sus presos. La nación que se deja llevar por la crueldad o la venganza y cree que el castigo que merece un delincuente justifica forzarlo a renunciar a su calidad humana, ha renunciado, a su vez, a la suya.

Sustenta la afirmación la triste circunstancia de que nunca es peor el ser humano que cuando tiene a alguien sojuzgado, vencido, y lo cree culpable de agravios que justifican -al menos a sus ojos- imponerle nuevas humillaciones. Por desgracia no siempre es necesario llegar tan lejos. Para juzgar a una sociedad basta, a veces, con saber cómo trata a sus pobres, a sus ancianos, a sus enfermos o incluso a sus mujeres y a sus niños. ¿Los cuida y protege? ¿Intenta evitar, de alguna manera, que sus debilidades o limitaciones ahonden sus carencias? ¿Tiene claro y presente que su condición no demerita en nada su valía? ¿Los respeta cabalmente?

Fuera de los horrores de la guerra, sin embargo, no parece haber terreno más propicio para atentar de manera impune contra la dignidad humana que las cárceles. Al cerrarse la puerta de una prisión con frecuencia la moral queda afuera y no importa nada de lo que suceda adentro. Mucha gente añade que por qué habría de importar. Admiten que estamos obligados hacia los niños, los ancianos, los enfermos ¿pero con los presos? ¿qué deber puede tenerse hacia quienes se declararon enemigos nuestros al atacar a un miembro de nuestro grupo? Los violadores, los asesinos, los ladrones no son humanos -se escucha decir con frecuencia-, así que ¿por qué habríamos de tener hacia ellos atención alguna? ¡Que sufran y se pudran! Es más, pregunta alguna gente con furia: ¿por qué tiene que dárseles de tragar con nuestros impuestos?

La respuesta a estas preguntas es simplísima: no debemos maltratarlos por respeto a nosotros mismos. No importa qué hicieron. No interesa discutir qué horrores merecen sufrir a cambio de los horrores que causaron. Y no importa porque en relación al castigo lo que está en juego es la dignidad humana de quien lo impone, no de quien lo sufre. Quebrarle el alma a un ser humano, desalmarlo, siempre es a costa de la propia.

Hechos

"Apando" es el nombre carcelario de lo que en burócrata contemporáneo se llama "celda de conductas especiales". Como recordará todo lector de José Revueltas son infiernos capaces de romper la voluntad del preso más rebelde en tres o cuatro días de no poder ponerse de pie, de no poder...

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