Rafael Ruiz Harrell / Toma de conciencia

AutorRafael Ruiz Harrell

Nada hay de inusual en que se ensalce al triunfador de una elección presidencial ni en que, al hacerlo, se lo transfigure. Lo primero ocurre, quizá, porque la gente necesita creer que no se equivocó y eligió al mejor. Lo segundo es parte de una reiterada e inocente esperanza: ¡ahora sí vamos a vencer a los problemas! ¡Ahora sí tenemos al líder!

Como es obvio, transfiguraciones y esperanzas son meramente imaginarias y al empezar el nuevo gobierno los elementos que obligan a la decepción empiezan a acumularse. El proceso, sin embargo, ya no es tan simple: ahora hay interesados en demostrar que los errores fueron aciertos; en explicar que dadas las circunstancias no había mejor decisión posible y en convencer a los escépticos que las virtudes del elegido son sólidas y confiables. A pesar de su vehemencia no lo consiguen y, sea porque el proceso se repite hasta resultar aburrido, sea porque en vez de los logros prometidos se presentan nuevas dificultades y carencias, la población empieza a tomar conciencia de que no llevó al poder a un héroe ni a un salvador, sino a un hombre que tiene algunas cosas buenas, otras malas y en general sólo alcanza un promedio que ronda lo mediocre.

En el caso de Felipe Calderón el retrato estaba hablado de antemano. No ganó por su talento, por su arrojo, ni por sus destacadas virtudes de estadista, sino simplemente porque era menos atroz que López Obrador. Hoy, con el último cada vez más a sus anchas en el teatro guiñol donde añoran los aplausos los políticos perdedores, estamos teniendo que ver de frente y sin espejismos qué puede realmente el primero y calibrar si tiene la fibra necesaria para evitar que el país se le desbarate en las manos.

Ha transcurrido apenas medio centenar de días desde que iniciara su mandato y la balanza presidencial ya está muy desequilibrada. En el platillo de los logros no hay más que el polvito de las ceremonias burocráticas y las cortesías internacionales cumplidas puntualmente. En el otro, en el que se acumulan las deudas, hay una media docena de errores que pueden pasarse por alto -como usar una chamarrita militar con las insignias del comandante en jefe-, y otros que sólo la ilusión partidista puede atribuir a la inexperiencia propia de un gobierno que empieza.

Destacan tres mayores y, el primero, es la imprevisión y descuido con el que manejó el precio de la tortilla. ¿Qué mexicano que conozca medianamente el país puede ignorar que el maíz sigue siendo para la mayoría de la...

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