Rafael Segovia / Una cosecha desastrosa

AutorRafael Segovia

Sería difícil que la situación política y económica del país se agravara, pues no se puede adivinar qué debería suceder para que disminuyeran las reservas, aumentara el desempleo, quebrara de una buena vez el sistema de partidos o se generalizara la crisis de liderazgo. La confusión del discurso esconde la gravedad de la situación política: se advierte una intención de mantener lo más alejado posible del grueso de la población qué sucede en los círculos políticos.

El cese de Mariclaire Acosta, pese a la carta que la subsecretaria envió a la prensa, no aclaró para nada qué ocurrió en Tlatelolco. Todo el mundo lo sabe o, más bien especula sobre el tema, como es habitual: se deja que circulen versiones más o menos ajustadas a la realidad y se espera que la noticia se pudra, apareciendo y esparciéndose apreciaciones cada día más disparatadas, hasta que el absurdo se imponga sobre la realidad y se abandone el problema.

El problema, en cierta manera, sigue ahí. Se sigue creyendo -y la carta no resuelve el problema- que Amnistía Internacional envió una nota fulminante al gobierno mexicano donde consideraba inaceptable su acción y su postura ante el asesinato de las mujeres de Ciudad Juárez, que ha alcanzado las proporciones de un escándalo mundial. Nadie se dignó poner en claro la verdad última de estos crímenes, qué hay en ellos. Silencio absoluto: el secretario Derbez cesó a un funcionario y ahí supuso, murió el asunto, y más de 400 mujeres. Sólo la barbaridad dicha por el gobernador de Chihuahua superó la posición del secretario de Relaciones Exteriores. Si nos adentramos en las ideas de estas sesiones, podemos asegurar que el orden moral y espiritual, tambaleante desde la llegada de Fox al poder, ha quebrado definitivamente, junto con el orden mundial y, a lo que se concede una importancia mínima, el derecho internacional.

Seguimos debatiendo el problema de la soberanía nacional, cuando todos tenemos conciencia de que ésta se ha convertido en una entelequia y no sólo por la voluntad expresa del Ejecutivo de privatizar, o sea, vender al extranjero la electricidad y después el petróleo, sino para reducir esta soberanía a un discurso hueco que busca una fórmula puramente retórica para defender una situación falsa capaz de justificar lo injustificable. Cuando la lumbre empieza a llegar a los aparejos, se reúne a unos cuantos gobernadores que harán una reforma que le corresponde al Congreso de la Unión: el secretario de Gobernación no ha leído...

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