Rafael Segovia / El desbarajuste

AutorRafael Segovia

Esperábamos situaciones extrañas, pero encontrarnos con que Turquía es un país más moderno que México, supera a la imaginación más disparatada. Las manifestaciones de cientos de miles de personas exigiendo un Estado laico, garantizado por un Ejército también laico, fundado por un general enemigo del islamismo y de los turbantes, es más de lo que podíamos esperar. Las peticiones vaticanas para que Europa sea considerada cristiana no encontrarán un apoyo seguro más que en Polonia y, si las cosas van bien para Roma, en Portugal y quizás en Italia. Los viajes de Fox no encontrarán oídos favorables a sus prédicas sino en el PP y aún en ese lugar hubo voces discordantes que, del mismo modo que se opusieron al aborto se negarán a aceptar el divorcio de la expareja presidencial, que no parece encontrar la manera de anular un matrimonio -mejor dicho, sus matrimonios-. Es una lástima que no se encuentre un juez tan comprensivo como el que condenó a la periodista argentina: no se puede ser Presidente de México y Enrique VIII de Inglaterra. De poderlo, ya habría mandado dar un hachazo al usurpador que se impuso contra su candidato y busca apoderarse de su partido, del partido que alcanzó el poder gracias a sus esfuerzos.

El conflicto interno del PAN alcanza límites grotescos. Acusar al gobierno, al menos a algunos de sus miembros, de atentar contra la unidad, de buscar imponer una política particular, obra de un gallego extraviado en los laberintos de las elecciones mexicanas, es simple y sencillamente demencial, es algo nunca visto desde el conflicto entre bolcheviques y mencheviques. Lo puesto en duda es la Presidencia de la República, más desorientada que nunca antes en su historia, donde se pretende influir con todo cinismo en la política de Venezuela, descabalgar a un Presidente elegido de manera democrática para envidia de alguno que otro.

Las luchas palaciegas nunca han augurado un gobierno tranquilo y respetado. Son una invitación a participar en ellas, a beneficiarse del conflicto sin solución, a menos de que el dueño del poder decida poner fin de golpe al reto permanente del rival. Cárdenas fue el modelo del autogolpe, que no fue tal. Con una seguridad pasmosa, le ordenó al general Calles que abandonara el país en un plazo perentorio. Para sorpresa de muchos, no ordenó su fusilamiento: el poder auténtico no necesita sangre para imponerse, para ser obedecido. Calles aborrecía en el fondo de sí mismo la violencia: fue una de las razones que le...

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