Rafael Segovia / Las profesiones y el Estado

AutorRafael Segovia

No estamos muy seguros de ocupar un lugar excepcional cuando se nos califique por nuestra producción, ventas o simpatías, no estamos seguros de nada menos que estar entre los más distinguidos de aquellos que se han sabido colocar contra lo que piensa la mayoría. Hemos cerrado una tras otra las licenciaturas que proliferan en México y se ha producido una especie de relación natural y esperada. La universidad nacional aprovecha el vacío que se hace cuando el gobierno de una u otra manera va ayudando con su pasividad al nacimiento de una serie de concesiones a todos aquellos que pueden rentar un departamento baratito y mal pagar a unos profesores que enseñan lo que pueden.

Nos preguntamos por qué se ha ido perdiendo el lustre que acompañó a ese nacimiento extraño de las universidades. No importa el orden de prelación, ni si sabemos que antes de que París llegara al mundo, o antes de Bolonia, fue quien primero se presentó. Sabemos que en algo más de dos siglos estaban todos presentes y peleándose unos con otros. No eran muchas y todas tuvieron méritos, en lo más recóndito de todo hombre de ciencia, de letras o de estudio existe un orden que varía de un siglo a otro pero que bien que mal respetamos. El dinero desde luego cuenta, la religión también y la geografía no se queda atrás. Los diplomas, ahora títulos o doctorados, siguen siendo una concesión que en su época hacía la Iglesia y que ahora está por lo general en manos del Estado, es una atribución del poder así nos encontremos con situaciones confusas, tan confusas como el origen del poder.

En México se creó y perdemos una situación especialmente confusa. Todavía en los años cuarenta del siglo XX, se veía colgando en más de un balcón un letrero que nos anunciaba que el inquilino o dueño "ejercía" sin título. Podía haber puesto "por sus pistolas" puesto que la autorización concedida por el Estado era letra muerta. Por ser México una República federal, autorizar el ejercicio de una profesión podía ser la potestad de uno de los estados -con minúscula- que conformaban parte de la Federación, podía ser una manera de ignorar el poder de ésta. Pero lo que ponía en duda y con razón era la ausencia de una modernidad reconocida por toda la nación. La Independencia hizo del ejercicio de una profesión un problema menor hasta que el general Ávila Camacho siglos después impuso la necesidad de un título universitario para trabajar en algunas profesiones. No siempre se respetó esta disposición, pero se fue...

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