Rafael Segovia / La última novedad

AutorRafael Segovia

Ya se ha señalado en varias ocasiones su gusto por dar palos de ciego. Se ha ido a Portugal a quedarse callado por no tener nada que decir. Lo poco que se le ocurrió lo soltó aquí, un estacazo de cuidado: de hecho sólo se le ocurrió modificar -si es que las cámaras le hacen caso-el sistema político en el que vivimos y padecemos este sexenio del cual ya hemos sufrido la mitad. Esperamos, resignados la otra mitad.

Mientras gozaba de las bellezas lusitanas medita cómo castigar a un pueblo ingrato, incapaz de apreciar cuanto él y su gobierno han hecho. Va a cambiar nuestra manera de ser gobernados de manera radical, de arriba abajo. Para empezar pide que se introduzca la reelección de diputados y senadores. Su perspicacia política le ha señalado que ahí está el secreto de mantener unos cuantos representantes populares de su partido en ejercicio. Es la única manera que tiene de estar representado después del avance que le dieron de cómo vota el pueblo en México.

Tiene una cámara adversa y corrupta, pero en la que mantiene un vago control; aún así puede seguir con su catastrófica política. Lo que heredará a su sucesor no puede ni ser imaginado, por lo tanto buscará que tenga un puñado de diputados y senadores que le escuchen. Nada, pues, como reelegirlos. Tiene otro problema que aun no tiene solución: el del partido. El PAN, además de no ser partido, sólo en los distritos de gente bien araña unos cuantos votos pero que no le permiten llevar a cabo unas decisiones, por lo demás disparatadas, y para ello deben buscar una alianza innombrable con el PRI, y con el PRD, que este año recibirán el premio a la traición política, por haber inventado las alianzas en beneficio del país y haber votado cuanto se les propuso, convencidos de haber terminado sus carreras. Apiadado ante sus traiciones, Calderón inventó la reelección, lo que fue un premio máximo para Navarrete: apoyará como es debido el que los senadores estén 12 años en su cámara que será la más grande del mundo y la más cara, que llenará con su sapiencia y su sangre fría.

Hay, en efecto, una situación complicada hasta ahora para los diputados y también para los senadores, aunque no tan aguda. Ser diputado es un empleo de tiempo parcial: tres años y a la calle. El panorama es negro para estos hombres. Si tienen un empleo como profesionista perderán la clientela, al mismo tiempo que el cargo, aunque no se justifica el sueldo monumental que cobran, siempre muy superior al que figura en las nóminas...

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