Rafael Aviña/ El verdadero Hannibal Lecter

AutorRafael Aviña

Tanto Sabueso/Cacería humana (86), de Michael Mann, como El silencio de los inocentes (91), de Jonathan Demme, superan el simple nivel de thriller para convertirse en tratados sobre el infierno en sus historias centrados en agentes del FBI que establecen pactos morbosos con un enfermizo psiquiatra, el Dr. Hannibal Lecter apodado "El Caníbal". Basadas respectivamente en Dragón rojo y El silencio de los corderos, de Thomas Harris, la perversidad y el placer por la carne y la piel humana como premisa, llevaron al autor a retomar elementos reales de casos criminales como el de Edward Gein, un necrófilo despellejador de mujeres que a su vez inspiró cintas como Psicosis, de Hitchcock, y Masacre en cadena, de Tobe Hooper.

No obstante, un paralelo en la vida real con Hannibal Lecter es el del eminente psiquiatra sueco Teet Haerm, cuyo caso no fue muy documentado en Estados Unidos hasta que apareció la Enciclopedia Mundial de los Asesinatos del Siglo XX, de Jay Robert Nash. Declarado culpable a finales de los 80, varios años después de que Thomas Harris hubiera inventado a Lecter, Haerm destacó en Estocolmo como patólogo forense y, más tarde, con el testimonio de su supuesto cómplice, el Dr. Thomas Allgren, demostró también su gran talento para asesinar y devorar humanos...

Un Volkswagen blanco cruza lentamente por el área de burdeles a las orillas de Estocolmo. No es la primera vez que se le ve ahí a la espera de una posible fantasía erótica tasada en coronas. Lea Buchegger, una atractiva rubia de larga cabellera se aproxima hasta la ventanilla del automóvil; no pierde tiempo y se descubre sus generosos pechos. Del otro lado de la ventanilla, unos ojos de un azul profundo y triste observan inquietos el espectáculo momentáneo de unos bellos pezones rozados.

El joven psiquiatra de 31 años Teet Haerm no lo piensa más. Abre la portezuela de su auto y Lea sonríe mostrando unos dientes impecablememnte blancos como el color de ese Volkswagen que enfila hacia una calle solitaria. Aún no ha terminado de bajar la cremallera del pantalón de Haerm cuando siente un dolor agudo en la nuca. Haerm, excitado, retira la aguja hipodérmica del cuello de la joven, quien ha perdido el conocimiento.

A esas altas horas de la noche, el área forense permanece cerrada y sin vigilancia. Haerm, con una habilidad poco común corta la piel de Lea y, al mismo tiempo, parece disfrutar el sonido de los huesos que crujen al ser troceados en un espectáculo sanguinolento propio de...

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