Rebanadas / Delicias, sabor y dinero

AutorCony De Lantal

Siempre los restaurantes del grupo Bellinghausen le han agradado a mi marido, será que desde muy joven comía en alguno de ellos. Esto le generó gusto por el filete chemita, el chamorro Bellinghausen, el pato Bell y hasta el fideo seco, razones suficientes para que se le antoje de vez en cuando darse una vuelta por ahí.

En esta ocasión tenía una razón más, no se había percatado de la existencia de una sucursal de Casa Bell en Masaryk 410 junto al Häagen Dasz, así que me invitó para que lo conociéramos juntos.

Indudablemente es un sitio más para los hombres, quizá por su propia carta, por la tradición, qué se yo. Claro, no hay que negar que el sitio es agradable, bajo la misma línea de todos los restaurantes del grupo, tanto Fornos como cualquier Bellinghausen u otro Casa Bell. Muebles en madera, dos pisos, el de arriba de más ambiente y más grande, donde hay una barra bonita.

Comenzamos picando del quesito clásico que ofrecen y su pan calientito, ninguna variedad especial más que bolillo, pero eso sí, recién hecho. Ya para entrar más en materia, mi marido pidió un plato de su apartado de especialidades, las chalupitas de pato de 110 pesos; la orden es de cuatro piezas. Obvio, no es la opción ideal para la dieta, pero sí es un antojito delicioso.

Hay que decir que el sitio se llenó completamente y fuimos bien atendidos. Éramos muy pocas mujeres las que estábamos ahí, chicas con suerte dirían unas, con tanto ejecutivo alrededor, aunque yo llevé torta al banquete, pero ni hablar.

Sin mayor rodeo, pedimos los platos principales. Mi marido no sabía si optar por el chemita de siempre o el chamorro, pero el huachinango Masaryk fue a la mera hora el que lo sedujo. Este pescado de 217 pesos consiste en un par de filetitos, uno en salsa roja y otro en salsa verde, muy frescos y ligeros.

Yo también opté por un pescado, el filete de robalo en salsa chipotle de 205 pesos. Casi no se nota que tenemos remordimiento de conciencia por todo lo que probamos en diciembre, ¿verdad?

Ahora sí habíamos pedido ligero y los postres nos enamoraron sólo de verlos. Lástima que todo se quedó en lo visual. El pay de limón que tenía una rica apariencia estaba un tanto desabrido, mientras que el helado de turrón al que le teníamos tantas ganas tiene un sabor natural, pero sigo buscando uno que iguale al que hace muchos años hacían en el Costa Vasca.

Dos cafés terminaron la tarde. La verdad es que disfrutamos nuestra estancia con el pequeño gran inconveniente de que se les...

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