Rebanadas / Como reyes en la Torre

AutorCony Delantal

Febrero loco y marzo otro poco dice el dicho, y vaya que estos días no lo niegan. Ya no sabe una si salir a la calle en traje de baño o si de plano cargar con botas y abrigo para todos lados por si nos cae una nevada, granizada o un chubasco de esos aislados.

La cosa es que el clima nos ha traído fritos. Tan es así que mi marido y yo cancelamos la carne asada que teníamos pensada para el fin pasado en la casa, no fuera hacer la de malas que las aguas arruinaran nuestras cebollitas asadas o peor aún el delicioso vacío que prepara mi querido.

Como andábamos medio hartos del tema a mi marido se le ocurrió ir a uno de esos lugares en los que no saben fallar, y así como no queriendo la cosa invitamos a un par de buenos amigos para brindar a gusto.

Fue así como llegamos a Torre de Castilla, en Polanco, en donde como siempre la pasamos de lo mejor. Y es que en este lugar parecería que nada cambia pero los chefs Gerardo Collado y Mauricio López, y desde luego su gerente, Iñaki, saben siempre estar a la vanguardia y nunca conformarse con ofrecer lo mismo de siempre.

Después de nuestro jamón serrano y queso curado para picar, nos sorprendieron con angulas y cigalas recién llegaditas que si no probamos fue sólo porque el precio salía de nuestro presupuesto.

Estuvieron más a nuestro alcance los piquillos de centollo a la sidra ($160) que para qué les cuento. Ya ven que siempre los sirven con bacalao, pues resulta que ese día hubo centollo y el chef dispuso probar algo diferente que desde luego aplaudimos en la mesa.

Deleite aparte fue el pulpo crocante con alioli de habanero ($185) que nos llevaron rebanado a lo largo, con una delicada espolvoreada de pimentón que lo dejó hecho una auténtica delicia por la que mi marido sigue suspirando... ojalá así suspirara por mí.

Cuando creímos que la cosa no podía mejorar, llegó a la mesa un huachinango entero estilo cantina, con aceite de cuatro chiles (1 kilo, $560). La piel bien doradita, crujía deliciosa a cada bocado, mientras que adentro la carne permanecía blanca y suave. A lado una ensalada remataba el manjar.

No es por nada, pero si a todo esto le suman la botella de Pago de Carraovejas ($1,200) que ordenamos para maridar todo lo que ya les platiqué, entenderán que a la mera hora a mi marido y a mí se nos olvidaran por completo el clima y la dichosa carne asada.

De postre todos compartimos el estupendo y original ate con queso, flameado con licor del 43 y un helado de turrón; todo esto en una larga...

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