Recorren geografía imprecisa

AutorR. H. Moreno Durán

El exilio es un largo y penoso libro que se escribe paso a paso, párrafo a párrafo, durante esa lenta experiencia que va difuminando lo que quienes añoran el solar nativo suelen llamar patria. Ese libro, por lo general, lleva el título que le pone cada uno de sus protagonistas y, salvo la segunda parte del Pentateuco, raras veces lleva un nombre colectivo. Sin embargo, en la reciente historia hispanoamericana, el éxodo tuvo nombre propio gracias a una extraña casualidad que, de no ser por las dolorosas circunstancias vividas, sería motivo de regocijante y literario festejo. Pero, como diría un transterrado, hay que avanzar por partes.

En el exilio se borran -o por lo menos, se anulan pasajeramente- las nacionalidades: uno es de ninguna parte, así la nostalgia se empeña en anclarnos en alguna geografía imprecisa. En el exilio sólo hay un tiempo: el presente de la supervivencia. Contra un ayer que nos lastima y un mañana que nos apesadumbra, el presente es el único asidero a la realidad. Para ese presente no valen el pasado ni el futuro, pues el primero está obnibulado por la ira o el resentimiento y el segundo por la esperanza. El exilio se nutre de otros exilios: el de mis compañeros que se ven reflejados en mi desgracia como yo en las de ellos. Por todo esto, tal vez la única virtud del exilio es descubrir la solidaridad, pues sólo la solidaridad nos une y gracias a esa camaradería de tránsfugas sobrevivimos en tierra de infieles. Mientras la soledad es un privilegio del artista en esas épocas bonancibles cuando uno tiene patria, en el exilio esa soledad significa la muerte. Por eso, la solidaridad de los exiliados es la vida ante la soledad que es el lujo de quienes pueden vivir y morir en ese trozo de tierra que los vio nacer o que eligieron para habitar su tiempo. El exilio es un interludio contra la violencia que nos arrancó de ese dominio natal al que sólo evocamos cuando lo perdemos y nos envía a otro lugar, donde la violencia adquiere las formas de discriminación o la indiferencia. Porque no hay violencia más cruel que la compasión o la falsa piedad de quienes a regañadientes nos abren sus puertas. El exilio es un lastre del alma que no admite misericordia ni tampoco la más desdichada de las imposiciones: guardar silencio en casa ajena. So pretexto de no herir la susceptibilidad del anfitrión, suele exigírsele al incómodo huésped callar ante lo que ve, así las cosas bordeen la ignominia.

El exilio es para un escritor la más dolorosa de las...

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