Para refugiarse en Chiapas

AutorJesús Salazar

En los altos de Chiapas hay dos lugares exclusivos que son el hospedaje perfecto para quienes consideran que el hotel debe ser, en sí mismo, un destino a visitar. Se trata de una combinación poco usual donde la armonía, la cultura y el confort se unen para dar lugar a una experiencia inolvidable en todos los sentidos.

Se trata de dos paradores que se convierten en la opción anhelada para el visitante que gusta del refinamiento, buen gusto y buen sazón en cada uno de sus viajes.

En san Cristóbal de las Casas está el Hotel Parador San Juan de Dios. Su historia tiene mucho que decir: ahí se encontraba una antigua labor dedicada al cultivo y molienda del trigo, su arquitectura data del siglo 17, como lo atestiguan sus viejos adobes, piedras milenarias y enormes tejados. Algún tiempo se le conoció como Rancho Harvard, una residencia de estudios de la famosa universidad norteamericana que desde entonces contaba con la buena fama de ser el lugar más hospitalario de la región. Actualmente, y gracias al talento del coleccionista de arte sacro Mario Uvence, su propietario, se ha convertido en el mejor hotel de la ciudad.

San Juan de Dios cautiva desde que se descubre su fachada de adobe y a través de la puerta de entrada los jardines guiñan la mirada del paseante: agapandos, corredores, begonias, casas de piedra y adobe con techo de teja no son obstáculo para descubrir en ellos el refinamiento de un hotel que es armónico con la arquitectura colonial y la aprovecha para recibir con calidez a sus invitados.

Su concepto se descubre muy pronto, pues la historia y el arte se hacen presentes en sus habitaciones, con muebles originales de principios del siglo 20 y cuadros de arte sacro tapizando las paredes. Pero también hay obras de arte contemporáneo y los detalles necesarios de nuestro tiempo para garantizar la comodidad. Son habitaciones bautizadas con nombres de poetas y artistas de talla mundial, recordándonos en todo momento que aquel lugar posee tradición y altura. La amplitud de un mundo que ya no existe sigue viva gracias a sus habitaciones espaciosas y sus jardines donde antaño crecían huertos.

Pocas habitaciones en México tienen el gusto del arte como sus master suite, con grandes salones-comedor y dos cuartos. Los tapices de sus muebles, tapetes y mobiliario son dignos de un hacendado colonial. La luz ambarina que ilumina día y noche las habitaciones son eco del preciado ámbar de la región, con el que los artesanos fabrican accesorios que hacen...

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