El regreso de Milagros (I)

AutorDaniel de la Fuente

GÓMEZ PALACIO, DGO.- "¡Ya encontraron a tu muchacha! ¡Córrele!".

José Varela Turrubiate salió rápidamente de su hogar en el Ejido Luján, en Gómez Palacio, un poblado a las afueras de la capital duranguense.

Entonces de 43 años, moreno, muy delgado y de pelo corto pegado a la cabeza y barba de candado, el hombre corrió a la tienda del primo y tomó con fuerza la bocina del teléfono público.

"¡Bueno! ¡Dígame, bueno!", recuerda que gritó y el interlocutor le pidió calma.

"Aquí está Milagros, señor. Ya está con nosotros", le dijo el policía de la Federal Preventiva cuando José dio su nombre.

"¿De dónde habla?", dijo.

"De Mante", respondió el oficial y José permaneció en silencio. Esa ciudad tamaulipeca era una por la que nunca pasó en los tres meses y medio de búsqueda de su hija, en motocicleta, por cuatro estados del norte del País.

José colgó y le dio llorando la noticia a su esposa, María de Jesús Bravo, quien lo acompañó en buena parte de los viajes. Ambos fueron por Milagros.

Al llegar a la PFP de Mante, le dijeron a José que su hija estaba en una oficina.

"Si hubiera visto cómo llegó me entendería la sorpresa: traía unos huaraches café, de plástico, todos rotos; un short viejísimo, una camiseta hasta acá", dice apuntándose a las rodillas.

"La muchacha nomás me vio y me cerró la puerta, me gritó que quién era yo y que si yo era de su familia, que por qué no la habíamos buscado".

A José se le salieron las lágrimas de la tristeza y la emoción.

"'Mi'jita', le dije, '¿cómo crees que no te buscamos si le dimos la vuelta a todas las ciudades?'".

Milagros comenzó a rendir su declaración. Sentado a su lado, su padre escuchó callado y con las manos entrelazadas la historia de terror que había vivido a partir del sábado 8 de enero del 2005 en que fue secuestrada, una semana antes de su cumpleaños 17, y que la volvió una víctima más de la trata de personas en México.

Sin embargo, no todas vuelven como Milagros.

La pesadilla de los padres de Milagros, él fotógrafo y ella cocinera, consistió en buscarla en moto por cuatro estados en tres meses y medio.

"Si no hubiera encontrado a mi hija, no estaría aquí", afirma José y se talla con las palmas el cabello corto. "Es como estar muerto en vida. Me valía aventarme las carreteras en moto.

"Me decían: 'Ten cuidado', pero ¿qué hacía? Era el único medio de transporte barato que tenía. Una vez me andaban atropellando en el Periférico y mi esposa se asustó mucho.

"Entonces me salía a llorar al corral, para...

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