Regreso a Tlatelolco

AutorErnesto Núñez

FOTO: HÉCTOR GARCÍA

Era jueves 3 de octubre de 1968. Elena Poniatowska, reportera de Novedades, con 36 años y un hijo recién nacido, se levantó temprano para recorrer la Plaza de las Tres Culturas.

En Tlatelolco, la periodista encontró un "estado de sitio": camiones del Ejército, tanques, soldados apostados en todos los rincones del conjunto habitacional, trabajadores limpiando la explanada manchada de sangre, vidrios rotos en los locales de las plantas bajas de los edificios, y decenas de zapatos tirados en las jardineras de la zona arqueológica.

Los periódicos del día reportaban que en el lugar se había librado un "enfrentamiento" entre el Ejército y estudiantes, a quienes llamaban huelguistas, terroristas, francotiradores... "Tlatelolco: campo de batalla", tituló El Universal. "Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas", encabezó Excélsior. "Muchos muertos y heridos. Balacera del ejército con estudiantes", reportó La Prensa. "Francotiradores abrieron fuego contra la tropa en Tlatelolco", informó El Sol de México. "Sangriento encuentro en Tlatelolco. Represión inmediata de disturbios y escándalos", advirtió El Heraldo.

En realidad, se había tratado de un enfrentamiento entre el Batallón Olimpia (un cuerpo de militares vestidos de civil) y el Ejército. Una operación orquestada para disolver el movimiento estudiantil que, desde mediados de julio, había movilizado a miles de jóvenes en la Ciudad de México, y que el gobierno del priista Gustavo Díaz Ordaz consideraba una amenaza a los Juegos Olímpicos que habrían de inaugurarse el 12 de octubre.

Cincuenta años después de los hechos, Elena Poniatowska recuerda así aquel día: "La noche del 2 de octubre, a las 8 de la noche, quizás 8:30, me habló una muy querida amiga, María Alicia Martínez Medrano... ella y Margarita Nolasco habían estado en Tlatelolco y me dijeron: 'es terrible, están perforadas todas las puertas de los elevadores, hay sangre en los pasillos, en las escaleras, vimos una cantidad enorme de zapatos de la gente que se iba escapando entre las ruinas prehispánicas; hay gente muerta, llovió muchísimo, durante mucho rato, agarraron y desnudaron a los líderes o a los que consideran líderes... Tienes que ir para allá'".

La periodista había tenido a su hijo Felipe en junio, por lo que esa noche prefirió quedarse en casa, para poder ir el jueves a primera hora.

"Me fui muy temprano y todavía había tanques, estaban todos los vidrios rotos de todas las tiendas de abajo de Tlatelolco, estaban todavía los zapatos regados, estaban soldados, tanques, y recuerdo que en una caseta telefónica había un soldado que estaba diciendo: 'ponme al niño, ponme al niño, quién sabe cuánto tiempo vayamos a estar aquí, yo quiero oír al niño, pónmelo, pónmelo'. Eso me dio también la dimensión de que incluso a los soldados les puede pasar algo que los haga sufrir, como es una orden de estar en un estado de guerra, porque aquello era un estado de sitio... yo sentí que todo el enclave de Tlatelolco estaba en un estado de guerra, me impactó mucho, y a partir de ese momento empecé a recoger testimonios...", narra la escritora.

Casada con el astrónomo Guillermo Haro, Elena Poniatowska pudo conocer -primero en su casa- relatos de primera mano de quienes estuvieron aquel 2 de octubre en Tlatelolco.

Y después, en la cárcel de Lecumberri, recogió los testimonios de los principales dirigentes del movimiento estudiantil: Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Luis González de Alba, Salvador Martínez della Rocca El Pino, Félix Fernández Gamundi, Eduardo Valle Espinoza El Búho, Pablo Gómez, Gustavo Gordillo...

Dedicaba los domingos a visitar a los presos políticos que habitaban las crujías de Lecumberri, a veces...

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