'Tuve una relación estrecha con mi padre'

AutorHéctor Vasconcelos

Siento por mi medio hermano José Ignacio un hondo afecto. Admiro su inaudita vitalidad y su disciplina jesuítica. Compartimos -¿por razones genéticas?- la misma intensidad. Deploro profundamente, aunque comprendo, las circunstancias que lo llevaron a pensar como piensa. A lo largo de más de 30 años hemos sostenido un debate constante acerca de todo. Las discrepancias radicales que tenemos nunca han hecho la menor mella en el aprecio y la cordialidad que nos profesamos. No lo harán ahora.

Lamento que mi hermano escoja subrayar la ineludible responsabilidad que nuestro padre tuvo en la emasculación de su propia obra. Nada podría contribuir más que ese énfasis al desprestigio tan generalizado de esos sus últimos años que han sido vistos casi unánimemente como el colapso de un gran hombre: así lo juzgaron desde Daniel Cosío Villegas en los años treinta hasta Christopher Domínguez en los noventa. Yo sólo quise señalar cómo grupúsculos de la extrema derecha -hubo más de uno- aprovecharon y explotaron las condiciones psicológicas de mi padre para sus fines sectarios. Que hubo una miniconspiración de la derecha para apropiárselo, no puede dudarse. Por algo Romain Rolland -tan olvidado hoy- escribió que había decidido ya no incluir a Vasconcelos en su colección de Vidas Ejemplares desde que los jesuitas se lo habían ganado.

Dado que mi hermano ha traído a colación la naturaleza de mis contactos con nuestro padre, debo hacer algunas precisiones. Tuve una relación con él más estrecha que la que suelen tener muchos hijos, aunque es verdad que no tanto como para que el lazo me hubiese pulverizado, lo que ocurre tan frecuentemente con la descendencia de los prohombres. Mi hermano debe recordar que desde que yo tenía unos seis años hasta veinticuatro horas antes de su muerte, nos reuníamos todas las tardes, por espacio de una o dos horas, para leer en voz alta. Empezamos con Homero y leíamos la Apología de Sócrates cuando murió. Como desafortunadamente era un niño precoz y no tenía otra vida que la de mis padres, platicaba con él de todo: la crisis de Suez o la de Hungría en 1956, el carácter de Villa o el canto gregoriano. Me hablaba de sus asuntos y su pasado más de lo que juzgo pertinente revelar por ahora.

Ocurre que...

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