Relicario / La cruz de los jesuitas

AutorAlejandro Rosas

"Todo el mundo los llora todavía y no hay que asombrarse de ello; eran dueños absolutos de los corazones y de las conciencias de todos los habitantes de ese vasto imperio". Al terminar de escribir, el marqués de Croix dobló la carta, pidió un sobre para depositar el documento, estampó su sello y con la pesadumbre manifiesta en su rostro pidió a uno de sus ayudantes que la hiciera llegar a su hermano.

Como Virrey de la Nueva España, el marqués de Croix había firmado el bando mediante el cual cumplió con una severa disposición dictada por el Rey Carlos III en 1767: expulsar a los miembros de la Compañía de Jesús de todos los dominios españoles. El Virrey no se tentó el corazón, en el terrible documento estableció incluso que los súbditos nacieron para callar y obedecer. Sin embargo, sabía que la orden desataría una importante oposición dentro de la sociedad novohispana.

Por entonces, la influencia jesuita en la vida cotidiana del México virreinal era manifiesta. Sus obras de misericordia, su interés en la educación y sus colegios -San Ildefonso, el más importante- contaban con el amplio reconocimiento de la sociedad. Eran hombres de acción y de ideas, y durante la mayor parte del siglo 18, sutilmente, de manera casi imperceptible, varios de sus miembros como Francisco Xavier Clavijero y Francisco Xavier Alegre cultivaron la semilla del nacionalismo criollo mexicano en varias generaciones de alumnos.

El marqués de Croix recibió "en 30 de mayo de 1767 la justa y soberana resolución de su majestad para la expulsión de los jesuitas" y, junto con su sobrino y el visitador, don José de Gálvez, urdió un plan con la más absoluta discreción para ejecutar la orden. "Se propuso guardar un inviolable y profundo...

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