Rememoran a Stanford

AutorErika P. Bucio

A bordo de un DC-4 de una línea aérea que volaba a pueblos de la Mixteca oaxaqueña, Thomas Stanford (Albuquerque, 1929-México, 2018) comenzó su primera experiencia de campo en México.

Llegó a Pinotepa Nacional el 4 de enero de 1957, junto a un grupo de profesores y alumnos, como él, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).

Dieron una vuelta por el pueblo para orientarse y luego regresaron al hotel para intentar dormir un poco. Por la tarde, Stanford salió a buscar una peluquería; una primera intuición del etnomusicólogo en ciernes. Con la experiencia aprendería que una barbería era un buen sitio para indagar sobre músicos locales. Por su trabajo, los peluqueros tienen contacto con casi todos los varones y con seguridad conocen a cantantes o instrumentistas.

"Con ese fin, postergo frecuentemente un corte de pelo hasta cambiar de pueblo", relataba Stanford, fallecido el pasado 10 de diciembre.

Stanford es reconocido como el gran etnógrafo de las músicas tradicionales y populares de México, resalta su discípula Marina Alonso-Bolaños, investigadora de la Fonoteca del INAH. Trabajó en más de 300 comunidades del País e instituyó la escuela del trabajo de campo y la grabación.

"La grabación de campo ha tenido como corolario la conformación de fonotecas y acervos musicales en México y (ha permitido) revalorar las músicas que habían sido relegadas por ser desconocidas o de raíz popular o indígena", dice la especialista.

Stanford contribuyó a crear los fondos del INAH y de la ENAH, así como del Instituto Nacional Indigenista y de la Dirección General de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura.

El "causante de los empeños" del reconocido etnomusicólogo fue el etnólogo Fernando Cámara Barbachano, secretario general de la ENAH. Él le dio los primeros indicios de cómo proceder en el campo. Con Raúl Hellmer, su maestro y amigo, intercambiaba impresiones al regreso de sus estancias, de las que volvía siempre con nuevas grabaciones.

A Stanford le asombraba que hubiera etnomusicólogos con poco o nada de trabajo de campo. Él profesaba que había que salir a recorrer los pueblos, llenarse las botas de lodo.

"Le apasionaba la Costa Chica de Guerrero, en particular, pero, en general, el estado de Guerrero, y trabajar en la península con la población maya", recuerda Alonso-Bolaños.

Más de 20 generaciones de estudiantes salieron a campo con él.

Era un hombre respetuoso y amable que no ocultaba su aprecio por la gente de los pueblos. "Era...

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