Revolución en árabe

AutorZoé Robledo

"El poder nunca da un paso atrás, sólo ante la presencia de más poder".

Malcolm X

Un hombre se acerca a una concurrida zona de la ciudad. Se detiene, se rocía de un líquido combustible, enciende un cerillo y se prende fuego frente a la mirada atónita de los transeúntes. Es un acto de protesta con el que inicia una serie de manifestaciones que tienen como consecuencia la caída de un régimen impopular y autoritario. El año es 1963. La ciudad es Saigón. El hombre es Thich Quang Duc, un monje vietnamita que se inmoló para protestar por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Ngo Dinh Diem, primer presidente de la República de Vietnam del Sur. David Halberstam, corresponsal de The New York Times, ganaría un premio Pulitzer por su relato de ese instante: "...sentía en el aire el olor de la carne humana quemándose; los seres humanos se queman sorprendentemente rápido. Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se reunían alrededor. Estaba demasiado horrorizado para llorar, demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado desconcertado incluso para pensar..." (The Making of a Quagmire, New York, Random House, 1965). La imagen del monje, que impávido arde en llamas, quedó grabada en la memoria de toda una generación, y su sacrificio es considerado el punto de no retorno de la caída de un régimen. En los meses siguientes decenas de monjes repitieron la acción del primer mártir y el presidente Diem fue derrocado por sus aliados militares y asesinado en noviembre de 1963.

Hoy la historia parece repetirse. En la forma, aunque quizá no en el fondo. También la llamada Revolución de los Jazmines en Túnez tuvo como punto de quiebre la inmolación de un hombre, Mohamed Bouazizi, de 26 años, que perdió su fuente de ingresos: un puesto de frutas y verduras en la localidad tunecina de Sidi Bouzid. Pero las causas de Bouazizi fueron muy distintas a las de Thich Quang Duc. No hay en su martirio un sentido de colectividad sino de drama personal. No hay grandes causas históricas sino grandes sentimientos humanos. Frustración por tener un título universitario y estar obligado a vender frutas en la calle para alimentar a su familia. Ira por la forma con la que el gobierno lo despojó de su medio de subsistencia. Desesperación por la certeza de que nadie haría nada para ayudarlo. Su acto tuvo efectos insospechados en Túnez. Nadie en su entorno habría sospechado que su martirio público sería imitado en el mismo país y en países vecinos como Egipto, Argelia y Marruecos. Nadie esperaba que su sacrificio tocaría las fibras más sensibles de la población que perdió el miedo y salió a las calles a manifestarse. Nadie calculó que las protestas se organizarían por las redes sociales y darían pie a una revolución. Nadie, sobre todo el presidente Zine el Abidine Ben Ali, sospechaba que ese acto lo obligaría a huir del país que había gobernado durante 23 años. Nadie, en las democracias...

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