De rincones intactos

AutorCecilia Núñez

Antes de esta experiencia de viaje, mi concepto de "exploración" incluía una mochila al hombro, días de largas caminatas para llegar, empapada en sudor, hasta aquellos oasis alejados de tumultos, y noches acampando con un sinfín de bichos como compañía.

La idea de un baño reparador o una comida más sofisticada que una baguette era inimaginable; siempre que se tratara de un viaje de aventura por rincones vírgenes, el lujo no estaba incluido.

Aunque un halo de orgullo todavía rodea mi faceta de mochilera, no sentí ni un dejo de culpa cuando caí en la fascinación de los itinerarios de Catherwood Travels, una operadora especializada en recorridos exclusivos, personalizados e inspiradores por la Península de Yucatán.

La lección aprendida, contundente: en manos de expertos, el lujo no es necesariamente la antítesis de una exploración auténtica; y de más está decir que cualquier viaje es más placentero cuando hay tantas personas dispuestas a compartir su experiencia y consentirte.

Inspirados en aquella travesía que Frederick Catherwood y John Lloyd Stephens realizaron en el siglo 19 en la región yucateca, Catherwood Travels creó un menú de excursiones para los aventureros del siglo 21, aquellos que siguen haciendo de la curiosidad su brújula y que encuentran en los viajes un placer imposible de sustituir.

Los itinerarios incluyen visitas a cenotes en terrenos privados, antiguas haciendas y pirámides poco conocidas, guiados por una red de especialistas (arqueólogos, buzos, historiadores...), mientras que un staff compuesto por cocineros, chefs, choferes y personal de servicio hace de cada detalle, un acierto.

Desde el amarillo de Izamal

Un leve zangoloteo me saca de la reflexión cuando la camioneta que viene del aeropuerto de Mérida y se dirige a Izamal comienza a sortear un laberinto de callejones empedrados para finalmente estacionarse frente a una discreta puerta.

Apenas suena el primer golpe, aparecen tras la puerta de Casa de Madera, Carlos, Esteban y Ramiro portando con cierto orgullo sus guayaberas blancas.

Haciendo alarde de su capacidad para leer la mente, me convidan a disfrutar de la sombra de un árbol frente a la piscina, acercan refrescantes toallas mentoladas, un vaso con agua de jamaica y un plato con papadzules (tortillas de maíz remojadas en salsa de pepitas de calabaza).

Les agradezco sin disimular la emoción que provoca el encanto del lugar que, según cuentan, hace sólo tres años era una casa en ruinas, y fue restaurada respetando su diseño original.

Imposible imaginar que detrás de aquel portón se esconde esta casona con muros de madera tallada a mano y frescos con motivos florales. La curiosidad puede más que las ganas de descansar en este tentador camastro. Hay que husmear por las cuatro habitaciones y aprenderse de memoria los recovecos del amplio jardín.

Por tres noches, Casa de Madera hará las...

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