Rogelio Ramírez De la O/ Unión monetaria para Norteamérica, quimera y mala idea

AutorRogelio Ramírez De la O

Aunque este sistema impresione a analistas que lo observan desde fuera, la discusión de este modelo, incluyendo su más reciente componente, la Unión Monetaria Europea (UME), más bien pertenece a la especulación académica y no a la aplicación práctica. Aun cuando en Europa este sistema puede perdurar por estar enraizado en la historia de dos guerras y la necesidad de una unión política (que no todos los miembros de la Unión Europea comparten), no es el modelo que México debe copiar, ni mucho menos proponer como siguiente paso de la integración económica de Norteamérica.

Un primer problema es que los países miembros no pueden usar la política monetaria para sus propios objetivos nacionales, al cederla al Banco Central Europeo, entidad supranacional. Por esto en Alemania hubo mucha aprehensión ante la insistencia de países pequeños en sumarse a la UME, por ser países que no reunían condiciones para participar exitosamente. Esta preocupación llevó al señor Hans Tietmeyer, entonces presidente del Bundesbank, banco central alemán, a viajar a Dublín para decir a los irlandeses que el Banco Central Europeo (BCE) sería ciego a las necesidades de Irlanda y sordo a sus llamadas de auxilio. Debido a estas complicaciones y otras es que Inglaterra, Suecia y Noruega no participan en la UME.

Los Problemas de la Unión Monetaria

El problema del país pequeño en la unión es que sus tasas de interés se determinan por las tasas del BCE, y a su vez éstas se fijan de acuerdo con las necesidades de los países más grandes. Este problema típico explica la fulminante negativa canadiense a la propuesta del Presidente electo Vicente Fox.

Afortunadamente, frente a la ilusión del "gran modelo europeo" y la creencia en muchos círculos de que el sistema mundial evoluciona hacia tres monedas únicamente, la UME ofrece ya los primeros desmentidos. En primer lugar, la UME sufre falta de credibilidad porque varios de sus miembros tienen debilidades que obligarían al BCE a adoptar una línea relativamente tolerante hacia la inflación, al no poder reducir sus déficits fiscales o hacerse más eficientes. Por eso, desde su nacimiento, en enero de 1999, el flamante euro se ha depreciado contra al dólar en 25 por ciento.

En segundo lugar, la rigidez del sistema plantea el dilema para el BCE de que la recuperación de Alemania y Francia requiere bajas tasas de interés, cuando en Irlanda y probablemente en el futuro en Grecia, las bajas tasas causen inflación creciente y burbujas...

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