Roger Bartra / La corrupción

AutorRoger Bartra

¿La corrupción es en México un problema cultural o institucional? Durante una entrevista con varios periodistas el 19 de agosto pasado el presidente Peña Nieto hizo una afirmación inquietante cuando dijo que la corrupción es un fenómeno cultural, alojado en la naturaleza humana y, se entiende, en el carácter de los mexicanos. Así, la corrupción, como ya nos había enseñado Cantinflas, es parte de la identidad nacional. Se trata de un tema que ha sido muy debatido desde hace mucho tiempo. Hay quienes, en contraste con la opinión de Peña Nieto, están convencidos de que la corrupción es un problema de carácter institucional. El Presidente, en cambio, parece preferir el pausado proceso educativo antes que la aplicación de una reforma institucional inmediata para perseguir la corrupción.

Yo creo que ciertamente son necesarias obras de ingeniería institucional, pero que éstas sólo pueden arrancar con vigor una vez que se haya sedimentado una cultura cívica sólida. Desde luego, es necesario defender las instituciones que deben estar en la base de lo que Jürgen Habermas llamó un "patriotismo constitucional". Pero no es saludable un "patriotismo institucional" ligado a una estatolatría que rinde culto a toda clase de instituciones, como el PRI, la familia tradicional, la iglesia, el Senado, los usos y costumbres indígenas, las escuelas rurales, el ejido o Pemex, para solamente citar algunas. A fin de cuentas, la corrupción en México también es una institución.

En nuestro nuevo contexto democrático la legitimidad política no puede fundarse en la traducción de culturas populares más o menos inventadas en esa unidad ficticia llamada "identidad nacional". Las opiniones expresadas por Peña Nieto, que han vuelto a agitar la polémica sobre el tema de la corrupción, parecen decirnos que para superar las costumbres corruptas impresas en el alma del mexicano serían necesarios por lo menos varios decenios, y acaso siglos. Por ello más vale no enfrentar el problema durante su gobierno. La otra opción podría ser la de impulsar las instituciones para que, con una voluntad renovada y acaso nuevas leyes, persigan y castiguen con firmeza los actos de corrupción. El problema parecería radicar en que la voluntad para aplicar las normas propias de un Estado de derecho requiere de una cultura...

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