Un romántico desengañado

AutorChristopher Domínguez Michael

El genio de Octavio Paz pertenece a una especie rara, la de los poetas-críticos y en el siglo veinte, tal como lo dijo Julio Cortázar en su elogio del poeta mexicano, sólo Paul Valéry y T.S. Eliot comparten con él esa conjunción de reflexión analítica y canto poético. ¿Chocan alguna vez, como se lo temió Cortázar, ambas aptitudes? Tal pareciera que no, lo cual lo convierte en un sujeto de ardua exposición: la poética de Paz no sólo examina la historia de la poesía universal, sino, por extensión y añadidura, explica, antes que a ninguna otra, la poesía del propio Paz. Lo mismo ocurre, por cierto, con los autores de La Joven Parca o de Tierra baldía.

En el caso de Paz, entrada la segunda década del siglo veintiuno, su figura sufre del menoscabo y de los equívocos propios de la posteridad de todo gran escritor. Sus ideas políticas -que vistas retrospectivamente son un honorable, mayéutico capítulo de la reacción socialdemócrata y liberal al comunismo- han cesado de causar escándalo. Y cuando la caída del Muro de Berlín, en 1989, le dio la razón a Paz, aquellos que temerosos de ser víctimas de la mala fama pública asociada a su nombre, decían "preferir al poeta" por encima del pensador, empezaron a invertir el exorcismo: concluyendo que no había sido un gran poeta sino un perspicaz observador de la escena histórica. Esta segunda manera de perdonarle la vida es acaso más insidiosa que la primera, pues atenta contra la unidad esencial de la obra.

Asociado, de principio a fin, a la tradición romántica que hace del poeta un visionario, es decir, el hombre absolutamente reflexivo que se mueve por el tiempo, Paz vivió bajo la exigencia de rendir testimonio, intelectual y religioso, de su época, negándola y sacralizándola. Las ideas, en Paz, no pueden separarse de la poesía, como es imposible sustraer a William Blake del influjo de la Revolución francesa o separar, en el antiprofeta inglés, a la pintura de la poesía. Tampoco puede ignorarse el romanticismo humanitario en Victor Hugo o despojar a los surrealistas de la doble herencia, a la que aspiraron, de Rimbaud y de Marx.

Pueden preferirse, en Paz como en Pound o en Breton, al poeta sobre el ensayista: lo que no se debe es creer que sin el pensamiento (una suerte de política del espíritu) expresado en El arco y la lira (1955) o en mucha de la crítica política y literaria, pueda comprenderse cabalmente la poesía. Y no siempre todos los ensayos de los grandes poetas son esenciales para comprender el...

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