Entre la ruptura y la individualidad

La pintura mexicana experimentó cambios estilísticos importantes al mediar el Siglo 20. Por un lado, los temas de la pintura habían caído en la reiteración de arquetipos que ya no respondían a las inquietudes de un país en pleno desarrollo económico, y lejano a la transformación rural de los años 20.

A esta generación de cambio se le ha dado en llamar la generación de la ruptura, un término que los especialistas del arte mexicano cada vez más ponen en debate y cuestionamiento. No obstante, es innegable que hacia finales de los años 50 aparecieron propuestas visuales que renovaron, de manera muy propositiva, el ambiente artístico y cultural de México.

De esa camada de renovadores surgieron los planteamientos artísticos de Fernando García Ponce, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo y Manuel Felguérez, entre varios otros: Gabriel Ramírez, de quien el MAM inaugurará el martes una muestra retrospectiva, pertenece a esa generación del cambio y la experimentación. Su obra obedece a ese impulso por ampliar los horizontes estéticos del arte y reconocer el potencial creativo de la pintura, más allá de los compromisos políticos o posturas ideológicas.

Sin encontrar apego a la tradición pictórica conocida como Escuela Mexicana de Pintura, dirigió su mirada al exterior. Se sintió atraído por la pintura europea y norteamericana. Junto a otros artistas como José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Enrique Echeverría y Pedro Coronel, y algunos más que ya habían realizado estudios en Europa, presentó sus exposiciones individuales que contribuyeron a crear un ambiente, una nueva actitud sobre el sentido mismo de los procesos creativos: más libres, más gestuales y sin compromisos o ataduras ideológicas.

Gabriel Ramírez nace en 1938 en Mérida, Yucatán. Hacia 1956 se muda con su familia a la Ciudad de México, y tres años más tarde, comienza a pintar sin ningún estudio previo: por gusto, y por el deseo de aprender.

Su temprana atracción por el cine lo llevará a descubrir la pintura. En 1957, se sintió cautivado con las actuaciones de Kirk Douglas, como Vincent van Gogh, y Anthony Quinn, en el papel de Paul Gauguin, en la película Sed de vivir (Lust for life, de 1956) del director Vincent Minelli. A partir de ese momento la pintura ocupará el lugar predominante en su inquietud estética. Produjo sus primeras obras sin tener claro qué es lo que deseaba o buscaba; las pinceladas de aquellas pinturas tempranas eran más bien ásperas, y las...

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