En ruta por la vía báltica

AutorIliana Anaya

Enviada

VILNIUS, Lituania.- Iniciamos nuestra travesía en Vilnius, capital de Lituania, exactamente en uno de los principales puntos de encuentro: la Plaza de la Catedral. Rodeada de callejones multicolores que nos invitan a caminar por sus empedradas calles, visitar joyerías de ámbar, disfrutar los shows de artistas callejeros y tomar un café o una buena cerveza, bebida preferida de la zona.

Al alejarnos unos metros de la Universidad de Vilnius testificamos la historia católica del país al llegar a la Iglesia de Santa Ana, verdadera joya de la arquitectura gótica que Napoleón quiso llevarse a París. Muy cerca se encuentra la Iglesia de San Miguel, la cual data del siglo 17 y se edificó con ladrillos de un especial tono rojizo.

Sin embargo, la presencia soviética aún no se olvida. Cerca de la Plaza Lenin (donde alguna vez hubo una escultura del líder comunista) emerge el Museo de la KGB; ahí se revelan las atrocidades cometidas a los presos durante la invasión rusa.

No muy lejos, en la "new town", o ciudad nueva, visitamos una impresionante iglesia rusa ortodoxa: El Domo, construido en 1913, simplemente nos quita el aliento.

Vilnius encierra muchos encantos y para descubrirlos nos perdemos en sus estrechas calles, no nos queda más que prestar atención a los detalles creados por una sociedad que se empeña en demostrar su individualidad y su orgullo nacional. Como prueba, las grandes transnacionales tienen una débil presencia en este efervescente país.

Una vez que dejamos la capital lituana decidimos retomar la vía báltica para dirigirnos hacia Trakai, a tan sólo 28 kilómetros al oeste de Vilnius. Un espectacular castillo de ladrillo rojo, como salido de un cuento medieval, nos da la bienvenida. Trakai es el sitio favorito de los capitalinos para ir de día de campo, refrescarse en el lago durante el verano y patinar en invierno.

Manejando un par de horas más, hacia el este, llegamos a la zona de Siauliai, un pequeño pueblo que se ha vuelto lugar de peregrinaje para los católicos de toda Europa.

A un kilómetro se encuentra la Colina de las Cruces, símbolo de la fe y la resistencia.

Durante la ocupación soviética se prohibió el culto; no obstante, los católicos comenzaron a clavar en un espacio al aire libre varios crucifijos. Por el día llegaban los rusos con palas y máquinas a quitarlos, sólo para descubrir que, a la mañana siguiente, de nuevo había varias cruces.

Tanto empeño, tanta fe, tantos sentimientos han quedado impregnados en cientos...

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