Carlos Salinas de Gortari / Drama y solidaridad en La Habana

AutorCarlos Salinas de Gortari

Confirmada la presencia de Henry y Victoria en Cuba, le ofrecí a Nina que al día siguiente volaría a la isla para tratar de obtener una entrevista con Fidel Castro. Nina reaccionó con mesura

"Me limité a mostrarle las fotos de los niños en la Marina Hemingway. Al verlas, el Comandante saltó de su silla. '¿Te das cuenta, Salinas? ¡Esto es como lo de Élian pero al revés!'".

"Cualquier indiscreción, cualquier intento de desvirtuar los hechos y hacerle creer al mundo que Cuba le daba refugio a un estadounidense que había secuestrado a sus propios hijos, tendría consecuencias muy adversas".

"Nada puede semejarse al afecto de una madre por sus hijo, un sentimiento que se construye de manera lenta, cobijado al principio por la tibieza del vientre materno".

A principios de junio de 2003 recibí en mi casa una llamada desde Estados Unidos. Era Emiliano, mi hijo, quien cursa el doctorado en economía en la Universidad de Harvard. Me dio una noticia que de inmediato atrajo mi interés: Andrés Antonius, un antiguo colaborador en la negociación del TLC, deseaba conversar conmigo. A los pocos días Antonius visitó mi casa, donde desayunamos en compañía de mi esposa Ana Paula.

Andrés Antonius trabaja en Kroll, la empresa internacional de investigaciones. Esa mañana nos relató una historia sobrecogedora: una pareja de ciudadanos estadounidenses se divorció en la primavera de 2001. Ambos recibieron la custodia legal de sus dos hijos; a ella la ley le concedió, además, la custodia física. El 23 de agosto de 2001, apenas consumado el divorcio, él secuestró a los pequeños y en un avión rentado se los llevó al país de origen de su familia paterna: Egipto. Después de dos años, y a pesar de sus esfuerzos permanentes, la madre no lograba recuperar a sus hijos. Andrés tenía información de que el padre y los niños habían dejado Egipto y ahora se encontraban en Cuba. Solicitaba mi ayuda para confirmar la noticia y, en su caso, poner a los hijos en manos de su madre.

Antonius me dejó una carpeta con varios legajos. Le ofrecí verlos antes de ponerme en contacto con él. Esa misma tarde los revisé con cuidado. Ahí estaban el acta de divorcio junto con las resoluciones de cortes estadounidenses y egipcias a favor de la madre. Al final, una carta suscrita por más de 50 senadores estadounidenses, dirigida al Presidente de Egipto.

Los documentos permitían establecer un recuento puntual de los hechos. A los pocos días del secuestro, Cornelia, Nina Streeter, la madre, había obtenido de una Corte estadounidense la custodia legal y única de los niños: Henry, de nueve años, y Victoria, de siete. Anwar Wissa Jr., el padre, era perseguido por crímenes tipificados en las leyes de Massachusetts: "secuestro ejercido por alguno de los padres" y "fuga para evitar proceso". El 3 de diciembre de 2001 la Interpol expidió una orden de arresto contra Wissa. En ella se alertaba: "Cuidado: es una persona con tendencias suicidas".

En el otoño del 2001, Wissa le exigió a su ex esposa, la señora Streeter, un pago por más de un millón de dólares a cambio de regresarle a sus hijos. El FBI contaba con grabaciones y notas que probaban el intento de extorsión. Entre el invierno de 2001 y la primavera de 2002, Wissa obtuvo pasaportes egipcios para él y los niños. En vísperas del verano, solicitó a la Corte egipcia la custodia de sus hijos. Todo apuntaba a que la permanencia de Wissa en Egipto fuera definitiva y a que mantuviera el control absoluto sobre los niños. Sin embargo, Nina no se dio por vencida: en abril de 2002 una Corte Federal de Estados Unidos lanzó cargos contra Wissa por extorsión y por secuestro internacional. Fue entonces cuando Nina decidió viajar a Egipto y litigar la suerte de sus hijos en las Cortes de ese país. En diciembre de 2002, en una acción inesperada y digna de elogio, la Corte Islámica rechazó la petición de Wissa y concedió la custodia legal de Henry y Victoria a la señora Streeter.

Entre enero y mayo de 2003, Nina permaneció en Egipto para exigir que, en cumplimiento a la orden de la Corte, le fueran entregados sus hijos. Por esos días, el gobierno de Egipto le confirmó al embajador de Estados Unidos en El Cairo que existía una orden de arresto contra Wissa. Con tenacidad extraordinaria, Nina promovió y obtuvo la carta ya citada, dirigida al Presidente de Egipto, donde 52 senadores solicitaban la intervención del mandatario. Encabezaban la lista John Kerry, senador por Massachusetts (estado natal y de residencia de Nina) y la senadora Hillary Rodham Clinton. Llamaba la atención, por cierto, la ausencia del senador Edward Kennedy, también de Massachusetts.

Pero una vez más los acontecimientos desbordaron el curso legal. Wissa abandonó Egipto en compañía de Henry y Victoria, el 23 de diciembre de 2002. Para cuando los senadores estadounidenses firmaron la carta dirigida al Presidente egipcio, el padre y los niños ya estaban en Cuba.

Contacto en Houston

Esa tarde de junio, tras concluir la lectura de los documentos, decidí que era de justicia actuar. Antes, era necesario verificar plenamente la información. Le pedí a Andrés Antonius una entrevista con Nina Streeter. El lunes 23 de junio, a las ocho de la noche, nos reunimos los tres a cenar en el restorán del Hotel Four Seasons, en Houston, Texas.

De Nina me sorprendió su fuerza y sentido del humor, cualidades que conservaba a pesar del drama vivido a lo largo de dos años. Nació en un pequeño poblado al norte de Boston. Su padre, un distinguido abogado bostoniano, había muerto un par de años antes, pero ella se mantenía cerca de su madre y sus dos hermanos. Daba pruebas de poseer una sólida conciencia cívica, resultado de la intensa participación de sus padres en labores comunitarias. Egresada de la Universidad de Harvard, había sido campeona nacional de remo. Tenía un título superior del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y se desempeñaba en el campo financiero. Fuera del trabajo, consagraba su vida a convivir con sus hijos. Y ahora tenía ya más de dos años sin verlos.

Esa noche conversamos en una mesa ubicada en un extremo del restorán. Muy pronto la conversación llegó al tema que nos había convocado. De inmediato, el rostro de Nina dejó ver todo el dolor padecido por la ausencia de los hijos, pero también la rabia ante los desengaños sufridos. Escuché con atención el relato de su matrimonio con Wissa, la separación, el divorcio, el rapto de los niños, la angustia, la indignación ante los intentos de extorsión de su ex marido y ante el incumplimiento de las leyes en Egipto. Luego supe que, en los primeros días de su estancia en ese país, le hicieron creer que le regresarían a los pequeños en cuestión de horas, promesa que para ella concluyó en desilusión.

Le pregunté a Nina si tenía la certeza de que sus hijos estaban con Wissa en Cuba. Sin palabras de por medio, extrajo un sobre de su portafolios. Me lo entregó. Mi sorpresa fue enorme: el sobre contenía varias fotos de Henry y Victoria. De inmediato reconocí el lugar donde se hallaban: la Marina Hemingway, al oeste de La Habana. No había más que preguntar. Era urgente entrar en contacto con las autoridades cubanas para ponerlas al tanto de los hechos y lograr el rescate de los niños. Nina insistió en el riesgo de que el padre abandonara Cuba en cualquier momento. Aún ignorábamos que, de acuerdo a las leyes de Egipto, al cumplir Henry 10 años (cosa que sucedería en un par de meses) caería bajo la patria potestad del padre apenas ingresara con él a ese país. El tiempo avanzaba en nuestra contra.

Por mi parte, estaba seguro de que en cuanto el Presidente Fidel Castro, hombre...

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