Secretos de una muestra
| Autor | Jorge Ricardo |
El público no sabe que las piezas que está por ver en el Palacio de Bellas Artes llegaron a México en 35 cajas, transportadas en tres vuelos distintos, custodiadas por cuatro comisarios que tenían prohibido quitarles los ojos de encima.
Antes de entrar a las exposiciones, nadie informa al visitante que el inacabado Cristo Giustiniani, esculpido por Miguel Ángel entre 1514 y 1516, entró a México con el reporte de 800 kilos de peso y una mancha negra desde la mejilla hasta el hombro izquierdo.
Tampoco que el boceto de El juicio final que ahí se exhibe es el único en el mundo.
Mucho menos se indica que el Códice sobre el vuelo de las aves, de 1505, es quizás el único cuaderno completo de Da Vinci que se ha conservado; ni que las páginas en que está abierto muestran los primeros diagramas de las máquinas de volar y, arriba a la derecha, un listado de compras del mercado hecho por Leonardo.
El público también ignora que El estudio de patas traseras de caballo es un intento de Da Vinci por explicar en 1508 la locomoción del caballo, un descubrimiento no conseguido hasta el siglo XIX.
Las exposiciones de Miguel Ángel y Da Vinci, que hoy son un fenómeno, guardan éstos y otros secretos.
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Algunas cosas de la muestra no se dicen abiertamente, quizá por decoro, como el comentario de Francesco Buranelli, ex director de los Museos del Vaticano, sobre la réplica de La Piedad, una de las más célebres obras de Miguel Ángel: "Es una copia que ya estaba en México, realizada en un mármol de Carrara no muy puro. Esto no le hubiera gustado a Miguel Ángel, porque para él la blancura de la materia indicaba la blancura del espíritu...pero la ejecución es muy buena".
No es que Buranelli, uno de los curadores de Miguel Ángel Buonarroti. Un artista entre dos mundos, descalificara toda la exposición, sólo se refería a una pieza. En el recorrido para medios, antes de la inauguración, el italiano respondía a los periodistas que preguntaban si era verdad que el pago de 17 millones por las muestras era un hecho histórico, como informó el Conaculta. "Tienen aquí 29 obras originales de Michelangelo. ¡Eso es un museo! ¡Tienen además una obra original de Rafaello y un retrato de Lorenzo el Magnífico, de Vasari!", decía.
"Sólo mencionando esos nombres se les llenan los oídos, porque Michelangelo, Leonardo y Rafaello cambiaron el mundo".
Las exposiciones abrieron al público el 26 de junio. El primer visitante llegó a las 5:30, hizo fila y entró a las 10:00 horas. Sin saber todos los detalles detrás y con problemas para leer las cédulas por la pequeñez de la letra, sobre todo en la sala de Da Vinci, durante los tres primeros días de la muestra 13 mil 378 personas visitaron el Palacio de Bellas Artes, 5 mil más que en el mismo periodo vieron Frida Kahlo en 2008.
El primer domingo, a las 10:40 horas, era posible ver al director del Museo de Bellas Artes, Miguel Ángel Félix, dando órdenes con un radio en la mano: "Hay que impedir que la fila salga hasta Reforma".
Antes de las 12:00 se agotaron los boletos. Y la mayoría salía diciendo que la muestra era magnífica, porque, claro, es Da Vinci, es Miguel Ángel.
"Con sólo decir esos nombres, tienes público. Preguntas por un escultor o un pintor, y cualquiera piensa en ellos", dice la crítica de arte Teresa del Conde.
En la primera semana, más de 23 mil personas pasaron por las salas. Una de ellas fue Del Conde, investigadora de la UNAM y miembro de la Sociedad Internacional de Críticos de Arte.
"Son piezas magnificas", describe, "claro, es una exposición para especialistas, para gente que conoce muy bien a Miguel Ángel y a Da Vinci. Esta exposición no es para decir: 'Fui y conocí las obras de Miguel Ángel', como si fuera un espectáculo, eso es un error radical; esto no es espectacular, es más bien un antiespectáculo. Hay que entender que lo que se muestra son las únicas piezas que pueden verse fuera de Italia".
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